martes, 3 de noviembre de 2009

ROCÍO SILVA SANTISTEBAN

ADIÓS, PEQUEÑO SALTAMONTES

Mi infancia que fue serena, triste y sola –como diría Valdelomar– tuvo algunos pocos momentos de tenaz alegría: básicamente mientras leía o miraba televisión. Con respiración asmática y ojos lánguidos pasé innumerables horas de mi vida mirando una de las series más famosas que pasaba uno de los tres únicos canales, Pantel en ese entonces: me refiero a Kung Fu, protagonizada por un pausado y aparentemente sabio David Carradine. La serie que estelarizó este norteamericano –que apenas tenía de asiático solo los ojos ligeramente rasgados– fue una de las más famosas de todos los tiempos: su éxito radicaba, creo yo, no solo en los golpes y en las performances de estas artes marciales chinas sino en haberla ubicado en un tiempo inhóspito y brutal, el Lejano Oeste, en contraste con los ademanes y afanes de un ultrapacífico Kwai Chang Caine, el protagonista. Frente a la brutalidad y barbarie de los cowboys, la presencia ligeramente hippie de Carradine-Kwai Chang nos mostraba a los “aparentemente” débiles que el juego no es parecer más matón, sino ser inteligente incluso con los puños. El protagonista de Kung Fu, Chang, era un hombre mesurado en medio de la estupidez de los machos del Oeste y generalmente postergaba el enfrentamiento e intentaba dominar al contendor con astucia y tranquilidad. Su rol de asiático lo convertía en un personaje al que se podía vapulear y subalternizar, por exótico y por débil; no obstante, siempre quedaba en claro que era él quien tenía a los demás en sus manos. Por supuesto, como se trataba de una serie, la violencia se desataba siempre hacia el tercer acto y Chang, o el Pequeño Saltamontes, como le llamaba su maestro shaolín en los múltiples racontos que describían la preparación del aprendiz, ganaba todas las batallas con estrategias precisas y movimientos mínimos. En una entrevista que le hiciera Larry King en 1991, Carradine narra que aceptó el rol en Kung Fu mientras protagonizaba una obra de teatro en Broadway titulada “El imperio de los incas”, y sin saber siquiera de qué se trataba esa arte marcial. Posteriormente se convirtió él mismo en un maestro de kung fu y hasta publicó un libro sobre su experiencia. En esa entrevista King le pregunta si sabe a qué se debe el éxito de la serie. Carradine le contesta que no solo se debe a este contraste entre la mirada occidental y oriental, sino incluso al momento político de ese entonces, pues recuerda que la serie se inició en el mismo momento en que Nixon y Mao Tse Tung se estrecharon las manos. La semana pasada David Carradine murió a la edad de 72 años en un hotel de lujo de Bangkok mientras se realizaba el rodaje de una película. Las primeras noticias dicen que ha sido una de las mucamas quien lo ha encontrado, desnudo y pendiendo de una cuerda, dentro de un clóset del hotel. Pendiendo como una “strange fruit” que era la forma como se refería Billie Holiday a los ahorcados. Es increíble la brecha que puede darse entre un actor y el rol que protagoniza: Carradine muere atormentado en un hotel asiático, como una especie de vuelta de tuerca al destino de ese Chang impasible y, por supuesto, mucho más cercano al contradictorio y perverso Bill, de la película dirigida por Quentin Tarantino.
Rocío Silva Santisteban
Perú

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