sábado, 31 de julio de 2010

SOBRE EL GRUPO CHAUPIMAYO

Huancavelica, te quiero tanto.

Grupo: Chaupimayo

Por Percy Encinas

El teatro, durante toda su historia y en todo el mundo, ha tenido múltiples funciones, variadas teleologías. Se rastrean sus orígenes occidentales alrededor de rituales religiosos y espirituosos, dioses y héroes. Los discursos escénicos, también, han sabido asociarse en las distintas culturas a celebraciones agrarias, rituales bélicos, transmisión de tradiciones, celebraciones cíclicas y expresiones festivas. Y en estos territorios llamados Perú desde hace 4 siglos, los discursos para la representació n han servido también, con enorme eficacia, para la didáctica: evangelizadora desde tiempos de la Colonia, didáctica escolar, desde la República, o didáctica de clase, en el teatro clasista –como el de Víctor Zavala, o como el que servía para el adoctrinamiento en el auge de Sendero y que bien glosó Hugo Salazar en su libro Teatro y violencia--. Esta brevísima reflexión, a modo de veloz recuento, viene al caso después de haber visto el trabajo de Chaupimayo de Huancavelica.
El trabajo de este joven grupo, liderado por Alder Yauricasa lo he conocido desde hace unos años y, en la obra que ahora comentamos, reitera las virtudes que le recordaba: apropiación espacial en la escena, lenguaje teatral basado en coreografías bien codificadas, donde el rigor corporal del director-actor marca la pauta dramática y llena de sentido a los gestos del colectivo; materiales de la tradición local: en la historia, en el vestuario, en la trama dramática. Esta obra decide un objetivo central que no disimula ni oculta, por el contrario, lo devela desde el título: “Huancavelica, te quiero tanto” y ese objetivo es celebrar el folklore de su localidad. Para ello, se ha valido de una serie de personajes típicos, de mitos y danzas de Huancavelica. Retomando mi introducción, me queda claro ahora que los discursos escénicos, también pueden servir para otro tipo de géneros, emparentados con la promoción turística y con la didáctica folclorista. La intención es tan válida como cualquier otra, como la evangelizació n o conversión al mensaje cristiano, a través de modestas comedias y dramas, o de fastuosos Autos sacramentales; o como los intentos de, a través del teatro, transmitir otro tipo de información. En los predios de la creación artística, no creo que en estos tiempos de autonomía creativa, nadie pueda prohibir objetivos. Lo que sí no puede evadir es el juicio de calidad, de eficacia artística. Puesta a ese nivel de juicio, la obra de Chaupimayo consigue sus mejores momentos en la coreografía escénica, cuando desarrolla danzas grupales, o cuando coordina movimiento como la precisa (y preciosa) escena de los mineros. Los movimientos en escena son comedidos y connotativos, controlados y estéticos. Y las danzas, prestadas del rico, sincrético y mestizo patrimonio huancavelicano, son sugestivas y realizadas con gracia y, sobre todo, con rigor. Me parecieron muy legibles y persuasivas las imágenes de ese bailarín de tijeras que apenas se aboceta en escena con unos pocos y ahorrativos pero efectivos gestos físicos. Los puntos que sí observaría se refieren a la dramaturgia del narratio, a la historia que excusa y atraviesa la obra. Percibo que no está consolidada y permanece a nivel de una fábula inacabada. Creo que hay, en la intención de configurar ese gran mural, ese retablo múltiple, una aspiración imposible: la representació n de todo. Y ese todo huancavelicano incluye danzas variadísimas, folklore, vestuarios, mitos antiguos (el taki onkoy), problemas históricos (el mercurio y su ambivalente efecto sobre el pueblo), razas, clases y oficios e, incluso, agendas nostálgicas como: “mis tradiciones, mis costumbres”. En esto último radica para mí una de las fisuras más importantes: recurrir a la textualizació n explícita de los mensajes que el teatro pretende transmitir, apelar al enunciado expreso, es no confiar en las posibilidades del lenguaje teatral. Cuando al final, todos los personajes se lamentan –más que exigen—“no maten la cultura”, están evidenciando que no han confiado en los modos escénicos de decirlo, de trasmitirlo, de conmovernos. Entonces, si la fórmula pretendida es una obra que exhiba la riqueza cultural de su pueblo, como un catálogo desplegado, como un retablo vivo: este mismo retablo debe convencerme, sin tener que apelar al mensaje crudo, debe movilizarme a su valoración y al impedimento de su pérdida. El grupo talentoso que dirige Yauricasa, tiene cómo hacerlo. Incluso, tiene al Apu huamani de su lado.

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