La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin)
Néstor Kohan
Para José Luis Mangieri, compañero y amigo,
quien editó por primera vez en Argentina y América Latina
este libro de Lukács sobre Lenin a través de LA ROSA BLINDADA.
En agradecimiento por todo lo que nos enseñó.
György Lukács [1885-1971] es un filósofo húngaro y un militante comunista. Probablemente, junto con el italiano Antonio Gramsci, Lukács represente a uno de los principales filósofos marxistas de todo el siglo XX a nivel mundial.
La obra escrita de Lukács es enciclopédica y prácticamente inabarcable. La edición de sus Obras Completas incluye nada menos que... 24 tomos. De esa inmensa masa de trabajos e investigaciones, no pueden obviarse: El alma y las formas [1910], Historia del desarrollo del drama moderno [1911], Teoría de la novela [1920], Historia y conciencia de clase [1923], Lenin (La coherencia de su pensamiento) [1924], Goethe y su época [1946], El joven Hegel [terminado en 1938, publicado en 1948], Peripecias [1948], Thomas Mann [1948], Existencialismo o marxismo [1948], El realismo ruso en la literatura mundial [1949], Realistas alemanes del siglo XIX [1950], Balzac y el realismo francés [1952], El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler [1953], La novela histórica [1955], Problemas del realismo [1955], Franz Kafka o Thomas Mann [1957], Significación actual del realismo crítico [1958], Sociología de la literatura [selección, 1961], Estética [4 tomos, 1963], El hombre y la democracia ([escrito en 1968, publicado póstumamente) y La ontología del ser social (3 tomos, [1971-73], publicado póstumamente).
Lukács nace en Budapest en 1885 (allí fallece en 1971). En su juventud pasa varios años en Alemania donde conoce a Simmel, Bloch, Tönnies, Windelband, Rickert y Max Weber. Con este último traba estrecha amistad. De regreso en Budapest, entre 1915 y 1917 Lukács funda el grupo cultural “Círculo de los domingos” donde asisten, entre otros, Arnold Hauser y Karl Mannheim. El comienzo de la primera guerra mundial en 1914 juega un papel importante en su primera radicalización política. En esos tiempos juveniles, Lukács rechaza al capitalismo desde las posiciones de un romanticismo revolucionario (muchas veces místico, mesiánico y trágico) que concibe al mundo burgués no tanto como una sociedad de explotación sino más bien como un modo de vida inauténtico, vulgar, mediocre, ordinario y rutinario. Ese rechazo se funda muchas veces en una ética absoluta asentada en el “deber ser” kantiano, que no acepta ninguna transacción con la realidad. Por eso, en el pensamiento crítico de la primera juventud de Lukács predomina la revuelta ética anticapitalista por sobre la teoría y la estrategia revolucionaria.
En 1917 Lukács funda la “Escuela libre de las ciencias del espíritu” donde colabora el compositor Béla Bartók. Ese mismo año saluda con entusiasmo la revolución bolchevique que lo radicalizará todavía más. El 2 de diciembre de 1918 ingresa al Partido Comunista, fundado en Budapest solamente doce días antes. Cuando él ingresa al partido, éste contaba con menos de cien miembros.
A continuación comienza a militar en la izquierda del comunismo de la naciente Internacional Comunista. En ese período, Lukács es co-director de la revista Kommunismus, órgano de la Internacional Comunista para los países danubianos. Allí se publican, antes de formar parte del libro, varios ensayos de Historia y conciencia de clase. Mantiene entonces sus posiciones anticapitalistas y el énfasis culturalista en su interpretación del marxismo, pero va abandonando sus anteriores puntos de vista místicos y espiritualistas.
En 1919 participa en forma activa y militante de la insurrección consejista que proclama la República Soviética de Hungría en aquel país. Llega a ser ministro de Cultura y Educación Popular de esa revolución. Entre otras medidas, establece el Instituto de Investigación para el Fomento del Materialismo Histórico. Una de los ensayos de Historia y conciencia de clase surge de la conferencia pronunciada por Lukács en la inauguración de dicho Instituto.
Tras la derrota huye a Viena, donde vivirá desde 1919 hasta 1929. Mientras tanto, el gobierno húngaro del dictador y contralmirante Miklós Horthy lo condena a muerte. En 1921, en el III Congreso de la Internacional Comunista, Lukács conoce personalmente a Lenin quien, discutiendo precisamente con la izquierda de la Internacional, había publicado el año anterior —en julio de 1920— El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Según Michael Löwy, a partir de 1920 Lukács se distancia de la corriente izquierdista de la Internacional y adopta las posiciones de un realismo revolucionario (Véase Michael Löwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluçao política de Lukács. Sao Paulo, Ciencias Humanas, 1979. pp.193). El término de “realismo revolucionario” no significa que en esta etapa de su evolución intelectual Lukács se haya adaptado al orden establecido. Por el contrario, alude al hecho de que el filósofo, manteniendo sus posiciones radicales, supera entonces el rigorismo formal de la ética kantiana (cuya generalidad impide operar sobre la realidad) para adoptar el punto de vista de los revolucionarios bolcheviques encabezados por Lenin y Trotsky.
Entre 1919 y 1923 escribe los ensayos del Historia y conciencia de clase, su libro fundamental, máxima expresión filosófica de la revolución bolchevique y una de las grandes obras del siglo XX. En ella sintetiza el mesianismo judío revolucionario, el cuestionamiento de Weber a la burocracia, la crítica hegeliana de Kant (y del iuspositivismo de Kelsen), junto con la crítica de Marx al fetichismo de la economía política y de la sociedad mercantil capitalista.
Según un célebre pasaje de Historia y conciencia de clase, toda la concepción marxista de la historia está resumida y sintetizada en la teoría del fetichismo de la mercancía que Marx expone en El Capital.
Cuando Lukács escribe Historia y conciencia de clase, los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx (que tanto impactaron en el Che Guevara en los ‘60) todavía no habían sido publicados. Recién se publican en 1932. Cuando Lukács llega en 1930 a Moscú, participa en el desciframiento del original de Marx y comienza a trabajar en el Instituto Marx-Engels junto con David Riazanov. Pero una década antes, entre 1919 y 1923, el pensador húngaro no había leído aún esos Manuscritos de 1844. No obstante desconocerlos, en Historia y conciencia de clase Lukács ya ubica el eje de la teoría marxista en la concepción dialéctica centrada en la unidad sujeto-objeto y en las categorías de alienación, cosificación, reificación y fetichismo.
Lukács ya había utilizado anteriormente estas categorías. Por ejemplo, la primera vez que aparece el concepto de “reificación” en sus escritos es en 1909, en su Historia de la evolución del drama moderno. Pero, entre 1919 y 1923, la reificación es ubicada al interior de la lógica misma del capitalismo.
De este modo, en Historia y conciencia de clase Lukács generaliza la teoría del fetichismo desde la mercancía —“la célula básica del capitalismo”, según la expresión de Marx— a todo el orden social. Articulando en un mismo discurso filosófico la teoría de la cosificación, la crítica de las antinomias del pensamiento burgués (y de la socialdemocracia), en tanto expresión conceptual reificada, y la defensa de la posición revolucionaria del proletariado, Lukács establece una ecuación brillante. Sostiene que el pensamiento racionalista formal (allí incluye desde Kant y el positivismo, hasta Kelsen y Weber) expresa “un pensamiento burgués cosificado”. Ese pensamiento burgués que surge de la sociedad capitalista —no depende, pues, de la “bondad” o “maldad” de un empresario particular— se sustenta en un dualismo extremo entre la objetividad y la subjetividad.
Dentro de la objetividad se encontrarían las leyes de la economía y el mercado, mientras que en el plano de la subjetividad se ubicaría la lucha de clases, la conciencia revolucionaria y la ética comunista. Si el marxismo ortodoxo de Karl Kautsky entendía al marxismo como una teoría positivista de las “leyes objetivas”, el revisionismo de Edward Bernstein se limitaba a defender al socialismo sólo como una ética. Pero ambos divorcian, separan y escinden el objeto y el sujeto. La base de esa escisión es, según Lukács, el fetichismo y sus derivados: la objetivación, la racionalización formal, la dominación burocrática y la cosificación. El proletariado puede romper y hacer estallar esa cáscara fetichista que envuelve lo social porque es la única clase social que puede impugnar en su totalidad al sistema. No se limita a un reclamo fragmentario.
Aunque los ensayos de ese libro comenzaron a redactarse en 1919, fueron modificados antes de ser publicados en 1922, después de la crítica de Lenin al izquierdismo. Fue en 1922 cuando Lukács redacta el principal de todos los ensayos: “La cosificación y la conciencia del proletariado”, pieza maestra del pensamiento dialéctico y del rechazo de todas las formas de positivismo que impregnaron muchas veces al marxismo, castrando su impulso revolucionario en aras de una supuesta “cientificidad” natural.
Historia y conciencia de clase recupera para el corazón del marxismo la dialéctica revolucionaria que la II Internacional había bochornosamente abandonado y olvidado, tanto con la ortodoxia de Kautsky como con el revisionismo de Bernstein, ambos críticos de la revolución rusa de Lenin y Trotsky.
Al año siguiente de la publicación de Historia y conciencia de clase, muere Lenin. Inmediatamente Lukács redacta este nuevo libro, más pequeño, que ahora presentamos. Lo hace en una clara continuidad con Historia y conciencia de clase. Lo titula Lenin (La coherencia de su pensamiento) y lo publica en Viena.
Su tesis central defiende la actualidad de la revolución frente a quienes la pretenden postergar para un inalcanzable, lejano y difuso día de mañana, separando la táctica de la estrategia, dejando a la crítica social sin política, aislando las reivindicaciones puntuales de todo proyecto de transformación global de la sociedad, divorciando la ciencia de la ética y escindiendo, en definitiva, el objeto del sujeto.
En el lenguaje de nuestros días, lo que aquí Lukács está poniendo en discusión es precisamente la fragmentación del rechazo del capitalismo en múltiples nichos inconexos (mientras se reclama un imposible “capitalismo con rostro humano”) y la maniobra de postergar para pasado mañana o vaya uno a saber para cuando la perspectiva socialista de “otro mundo posible”.
En estas cortas y afiebradas páginas Lukács, el más brillante, el más erudito, el más refinado de los filósofos marxistas, intenta aferrar entonces el pulso vivo e imperecedero de Lenin. Desde ese ángulo sintetiza al dirigente bolchevique de la siguiente manera: “un pensamiento enteramente vertido a la praxis”. De manera sumamente similar al intento de Gramsci presente en los Cuadernos de la cárcel, Lukács ubica en Lenin (La coherencia de su pensamiento) al revolucionario ruso como un pensador de la filosofía de la praxis.
En un balance maduro sobre aquel ensayo juvenil de 1924, Lukács vuelve sobre sus pisadas y se interroga nuevamente sobre Lenin. Así dice, en enero de 1967, que: “Durante toda su vida Lenin no dejó, pues, de estudiar, siempre y en cualquier lugar, fuera la lógica de Hegel o el juicio de un obrero sobre el pan. El estudio permanente, el dejarse instruir siempre de nuevo por la realidad, es un rasgo esencial de la absoluta prioridad de la praxis en la línea leninista de conducta. Ya esto, pero sobre todo su manera de estudiar, abren un abismo insondable entre él y todos los empiristas y «políticos realistas»”. Esa actitud que Lukács encuentra y subraya en Lenin —tan alejada de las modas, de las frivolidades del mercado (de las ideas), del “último grito” promocionado por los monopolios editoriales y sus industrias culturales— es la que nos está haciendo falta en nuestros días. Hoy se vive, se palpa, se respira y se siente una sed de teoría, de teoría política viva, no de paper académico ni de best seller mercantil. Por eso vale la pena releer estás páginas de Lukács ante Lenin.
El universo teórico-político en el que se inscriben las tesis del ensayo sobre Lenin gira en torno a los mismos problemas de Historia y conciencia de clase y a los mismos puntos de vista radicales, aun cuando el volumen sobre Lenin tiene un talante político más inmediato y directo. Según Michael Löwy: “En estas condiciones, nos parece que Lenin de Lukács es, en último análisis, la continuación de Historia y conciencia de clase, estando las dos obras fundadas sobre las mismas premisas teóricas fundamentales” (Véase Michael Löwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluçao política de Lukács. Obra citada. pp. 212 [la traducción de esta cita me pertenece]).
Retomar entonces la herencia radical de Lenin constituye, según la conclusión con la que Lukács cierra este libro, “la tarea más noble para todo aquel que verdaderamente asuma el método dialéctico como arma de la lucha de clases”. Creemos no exagerar al caracterizar esa conclusión como pertinente, útil y sumamente productiva para el mundo teórico y político contemporáneo. Por eso lo publicamos cuando se cumplen 80 años de la muerte de Lenin. No se trata de trasladar mecánicamente las conclusiones de Lenin al mundo actual, haciendo violenta abstracción de las transformaciones históricas que han ocurrido desde que él murió hasta nuestros días. Pero sí se trata de retomar sus preguntas, sus indagaciones, sus interrogantes, sus inquietudes y sobre todo, como subraya Lukács, su manera de estudiar la sociedad. Esa manera que ha sido abandonada o sencillamente desechada —sin mayores trámites ni beneficio de inventario— por los partidarios del posmodernismo y del posestructuralismo contemporáneo.
Cabe aclarar que, aunque su autor mantenía una admiración total por Lenin, líder indiscutido de los bolcheviques, la recepción de Historia y conciencia de clase no fue de ningún modo bienvenida en la URSS. Cuando recién vio la luz, esta obra fue “condenada” inmediatamente por la ortodoxia cientificista de un marxismo que se parecía demasiado al positivismo.
Este rechazo provino tanto de la Segunda Internacional —y su principal teórico: Karl Kautsky— como en la voz oficial de la Tercera Internacional —cuya presidencia estaba por entonces a cargo de Zinoviev—. Ambos condenaron, casi al mismo tiempo, Historia y conciencia de clase en 1924. Lo mismo hizo Nicolás Bujarin. A su vez, el diario oficial soviético Pravda aprovechó la ocasión y condenó de un solo plumazo a Lukács, Korsch, Fogarasi y Revai (esta condena se publicó en el Pravda el 25 de julio de 1924).
Mientras tanto, el filósofo soviético Abraham Deborin (antiguo menchevique y discípulo de Plejanov), rechazando Historia y conciencia de clase, escribió un artículo cuyo título lo dice todo: “Lukács y su crítica del marxismo”. Lo publicó en 1924 en la revista soviética Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo]. Allí defendía la tesis plejanoviana de que el marxismo desciende del materialismo naturalista, sumamente criticado por Lukács. A estas impugnaciones se sumó también la de un joven intelectual comunista húngaro llamado László Rudas, defensor de la dialéctica de la naturaleza y de una concepción objetivista extrema del marxismo.
Resulta por demás sugestivo observar que en muchas de las impugnaciones, rechazos y airadas condenas que la ortodoxia realizó contra Lukács en este período encontramos exactamente los mismos motivos ideológicos y los mismos lugares comunes que esa misma ortodoxia utilizó en América Latina para enfrentar y condenar al marxismo revolucionario del Che Guevara y de sus partidarios. En ambos casos se los acusa de “subjetivismo”, “romanticismo”, “voluntarismo” y, por supuesto, de “no respetar las condiciones objetivas ni las leyes científicas”... Aunque las circunstancias históricas eran distintas (revolución rusa en la década del ‘20, revolución cubana en los ’60) las condenas y los exorcismos de ambas herejías eran prácticamente las mismas. Parecían calcadas unas sobre otras.
Durante muchísimos décadas se pensó que Lukács había aceptado mansamente esas impugnaciones ya que, al poco tiempo, en 1926, el gran filósofo húngaro acerca sus posiciones a los puntos de vista que por entonces, burocratización mediante, tras la muerte de Lenin, se van convirtiendo en oficiales en el Partido Comunista de la Unión Soviética.
Pero recientemente, hace menos de una década, se ha descubierto que el pensador húngaro sí respondió los ataques ortodoxos. En 1925, después de publicar su Lenin, Lukács redactó Chvostismus und Dialektic. En Francia se lo tradujo en el año 2001 con el título: Dialectique et spontanéité. Em défense de Histoire et conscience de classe [Dialéctica y espontaneidad. En defensa de «Historia y conciencia de clase»]. París, Les Éditions de la Pasión, 2001. Prefacio de Nicolás Tertulian.
Michael Löwy ha cuestionado la fidelidad de esa traducción francesa del título original (Véase Michael Löwy: “Un marxismo de la subjetividad revolucionaria. Dialéctica y espontaneidad de Lukács”. Mimeo).
Este manuscrito se descubrió en los antiguos archivos del Instituto Lenin de Moscú y fue publicado por primera vez en Budapest en 1996 (todavía no ha sido traducido al castellano).
Fiel a su convencimiento militante de que la disputa había que darla al interior del comunismo, ese ensayo de anti-crítica no lo envió a Occidente, donde lo hubieran acogido con los brazos abiertos (no por simpatía, obviamente, sino para utilizarlo contra el comunismo de la URSS). Lo presentó a dos revistas soviéticas. Westnik der kommunistischen Akademie se llamaba una, y Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo], la otra. En esta última había sido publicada la crítica contra Lukács de Deborin. La respuesta de Lukács, obviamente, nunca se publicó... Lenin había muerto y los debates al interior de la URSS comenzaron a resolverse administrativa y burocráticamente. Lo interesante es que si bien Lukács responde a las críticas soviéticas contra su principal libro, nunca se toma el trabajo de responderle a la socialdemocracia.
En el mismo año —durante 1925— en que elabora esta defensa de Historia y conciencia de clase, Lukács escribe una crítica concisa y pequeña, pero demoledora, del volumen Teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista [1921] de Nicolas Bujarin. En ese momento, Bujarin era otra de las voces cantantes de la ortodoxia soviética. No casualmente será este mismo Bujarin quien, presidiendo en 1928 el VI Congreso de la Internacional Comunista, declarará al materialismo dialéctico (DIAMAT) “filosofía oficial” de la Internacional. Lukács escribe entonces el ensayo “Tecnología y relaciones sociales” donde demuestra, analizando la caída del Imperio romano, que las tesis ortodoxas no sólo son teóricamente erróneas sino que además son inútiles para explicar la historia. Allí acusa a Bujarin de caer en “un materialismo burgués” y en un “burdo naturalismo”. Como se sabe, Antonio Gramsci llegará a las mismas conclusiones que Lukács (sin haber leído su crítica) cuando arremete contra Bujarin en sus Cuadernos de la cárcel.
Pero en 1926 la ola revolucionaria expansiva, nacida en 1917, había comenzado a decaer. Descendía el impulso revolucionario tras muchas derrotas proletarias (Alemania, Italia, Hungría). Ese año Lukács escribe un ensayo que marca su viraje político: “Moses Hess y los problemas de la dialéctica idealista”. Dejando atrás el radicalismo político de Historia y conciencia de clase y de su Lenin, allí celebra la “reconciliación” hegeliana con la realidad como señal de realismo... Es el paso filosófico para aceptar una reconciliación de él mismo con esa Unión Soviética que comenzaba a burocratizarse de la mano de Stalin, con el telón de fondo de un fuego revolucionario que se iba lenta y trágicamente apagando.
En 1928, Lukács redacta las tesis del II Congreso del PC húngaro a realizarse en 1929, conocidas como “Tesis de Blum” (Lukács firma con seudónimo porque estaba en la clandestinidad). En ellas se opone al sectarismo extremo que primaba en el denominado “Tercer Período” de la Internacional Comunista (cuyo lema era “clase contra clase”, identificando como enemigo principal —justo cuando en Alemania los nazis avanzaban hacia el poder— a la izquierda de la socialdemocracia). En 1929 Lukács pasa tres meses en Hungría (dirigiendo en forma clandestina el trabajo partidario).
Sus “Tesis” son derrotadas y se lo amenaza con la expulsión del partido. El ejecutivo de la Internacional Comunista —ya completamente stalinizada— envía una “Carta abierta” al PC húngaro donde reclama “concentrar el fuego contra las tesis antileninistas del camarada Lukács”. Lukács es obligado a publicar una declaración autocrítica... Él acepta. A partir de esa aceptación, abandona la política directa para refugiarse durante casi treinta años en el mundo de la cultura y la filosofía.
A pesar de esa marcha atrás y de ese acercamiento al stalinismo —y su aceptación de la doctrina del “socialismo en un solo país”—, Lukács mantiene una tensión conflictiva con esta corriente. Ese cortocircuito atraviesa y recorre la mayor parte de su vida intelectual madura. Tal es así que, aunque Lukács vive exiliado en la Unión Soviética durante el nazismo (los alemanes asesinan en 1944 a su hermano mayor János), los jerarcas oficiales soviéticos lo hostigan en reiteradas ocasiones. Y eso que él ya había aceptado la “división de tareas” que por esa época el stalinismo imponía en todo el mundo a los intelectuales miembros de los partidos comunistas (ellos se ocupaban de la cultura, pero... la política práctica la manejaban los cuadros de Stalin).
En la URSS, entre sus adversarios se encontraba, por ejemplo, Alexander Alexandrovich Fadeyev [1901-1956]. Pope de la doctrina oficial soviética en asuntos de literatura e impulsor de la revista oficial Gaceta Literaria de Moscú, donde se atacaba públicamente a Lukács. Junto a él, otro de sus adversarios era Yermilov. Ambos defensores de la línea del Proletcult.
Pero el recelo de los intelectuales stalinistas oficiales hacia este antiguo izquierdista, no queda reducido allí. Se lo obliga a formular varias “autocríticas” (la primera es la ya mencionada de 1929. Habrá otras...) y se lo encarcela en dos oportunidades.
Cuando llega a Moscú, Lukács trabaja entre 1929 y 1931 en el ya mencionado Instituto Marx-Engels-Lenin dirigido por Riazanov. Allí no sólo puede consultar los Manuscritos económico filosóficos de 1844 sino que también toma conocimiento de los Cuadernos filosóficos de Lenin, publicados después de la muerte del dirigente bolchevique, entre 1929 y 1930, cinco años después de que Lukács redactara su Lenin. La lectura de los apuntes manuscritos de Lenin sobre la Ciencia de la Lógica contribuirá al cambio de perspectiva de Lukács sobre Hegel que se expresará en El joven Hegel.
Luego de un breve período en Alemania —que se extiende desde 1931 a 1933— Lukács regresa a Moscú. Allí forma parte del consejo de la revista Literaturny Kritik [Crítica Literaria] junto a su gran amigo Mijail Lifshitz, autor del excelente estudio La filosofía del arte en Karl Marx.
Aunque la publicación de Lukács y Lifshitz contaba inicialmente con la “protección” del filósofo oficial Pavel Iudin, en 1940 es cerrada. En ese tiempo —entre 1939 y 1940— Lukács publica el ensayo titulado “Tribuna del pueblo o Burócrata”. Ese ensayo, según su brillante discípulo István Mészáros: “es la crítica más aguda y penetrante de la burocratización publicada en Rusia durante el período de Stalin” (Véase István Mészáros: El pensamiento y la obra de G.Lukács. Barcelona, Fontamara, 1981. pp. 123).
Al año siguiente, en 1941, Lukács es detenido en la URSS a partir de la denuncia de un agente húngaro. Sus interrogadores soviéticos intentan, sin éxito, extraerle una declaración según la cual habría sido desde principios de los años veinte “un agente trotskista”. Permanece prisionero poco tiempo, entre el 29 de junio de 1941 y el 26 de agosto de ese mismo año.
Según Vittorio Strada —director del Instituto Italiano de Cultura en Moscú durante los 90—, a fines de 1999 habría aparecido en la capital rusa un volumen titulado Conversaciones en la Lubjanka, donde se publican por primera vez los materiales de aquella investigación policial a la que fuera sometido Lukács en 1941 (El título original de ese volumen es Besedi na Lubjanke). Entre los “errores cometidos”, por los cuales le pregunta el interrogador de la policía soviética, Lukács habría respondido lo siguiente: “Historia y conciencia de clase contiene la síntesis filosófica de mis ideas ultraizquierdistas de ese período. La base de esta filosofía es una sobrevaloración de los factores subjetivos y la desvalorización de los factores objetivos. He sobrevalorado el papel histórico de la sociedad y desvalorizado el papel histórico de la naturaleza. He polemizado contra Engels en la cuestión de la dialéctica de la naturaleza [...] Todo esto demostraba que, en el campo de la filosofía, yo era un idealista” (véase Vittorio Strada —Corriere della Sera, Milán, 2 de febrero de 2000—, traducido y publicado en Argentina por La Nación el 27 de febrero de 2000. pp. 3. Nosotros no hemos tenido acceso a esas Conversaciones. Según Strada, se publicaron apenas 300 ejemplares en ruso. No tenemos noticias de que se hayan traducido a algún idioma occidental. Debe tomarse la información de este artículo con absoluta cautela, dado el profundo desprecio por Lukács que destilan tanto el académico italiano que dice haber tenido acceso al ejemplar, el Corriere della Sera donde publicó su nota original, como el diario conservador argentino que la tradujo. Nicolas Tertulian, en su prefacio a Dialéctica y espontaneidad editado en Francia, también hace referencia a este libro publicado en Moscú).
Entre 1944 y 1945, tras la derrota de los nazis, Lukács tiene la posibilidad de instalarse en Alemania o en Hungría. Elige su país. Ejerce allí una actividad cultural y militante frenética, hasta que vuelve a buscarse “problemas” con la burocracia. Luego de la publicación de numerosos ensayos entre 1946 y 1949, nuevamente debe soportar el fuego cruzado de los ideólogos oficiales. El primer ataque lo abre László Rudas. A ese ataque le siguen muchos otros en la prensa de Hungría. Lo acusan de “revisionismo”, de “servidor del imperialismo” y otros disparates del mismo calibre. Márton Horvath, miembro del buró político en el campo cultural, se pliega a los ataques. El conflicto se vuelve intenso y agudo cuando su viejo adversario Fadeyev publica desde la URSS un ataque virulento en el periódico Pravda. Empieza a circular la amenaza de una nueva detención policial del filósofo.
Entonces, Lukács vuelve a “autocriticarse”...
József Revai, ideólogo del PC húngaro, jefe de redacción del órgano del partido comunista Szabad Nép y ministro de cultura entre 1949 y 1953, declara que esa autocrítica era demasiado “formal” y sigue atacando a Lukács. Pero éste ve el gesto de Revai como algo positivo pues de algún modo impide la detención que se preveía a partir del momento en que los soviéticos de Pravda tomaron cartas en el asunto contra Lukács.
A los pocos años, tras la muerte de Stalin [1953], cambia la relación de fuerzas. Lukács se convierte entonces en miembro del comité central ampliado del PC húngaro y, lo que es más importante, en ministro del gobierno de Imre Nagy, abortado por la invasión soviética de ese año. Una invasión realizada en tiempos del supuestamente “abierto” Nikita Kruschev... Con los tanques soviéticos en Hungría, Lukács es capturado y deportado a Rumania junto con Nagy (a este último lo ejecutan allí en 1958).
Vuelve desde Rumania a su casa el 10 de abril de 1957. Entonces el departamento de Lukács en la Universidad es clausurado y a él se le prohíbe mantener cualquier contacto con los estudiantes. Los ataques continúan durante varios años, en Hungría, Alemania, Rusia y en otros países del Este europeo. Por ejemplo, en 1960, la editorial Aufbau Verlag de Berlín publica un largo volumen de 340 páginas titulado: Georg Lukács y el revisionismo.
¿Por qué Lukács, tantas veces víctima del stalinismo, no rompe definitivamente con esta corriente? ¿Por qué aceptó hacer esas humillantes “autocríticas”?
Las razones son múltiples y las interpretaciones posibles también. Por ejemplo, en la editorial con que la revista Pensamiento Crítico presenta por primera vez al público cubano capítulos de Marxismo y filosofía de Karl Korsch y de Historia y conciencia de clase de Lukács se plantea lo siguiente: “Alabadas y atacadas durante casi medio siglo [referencia a ambas obras], han permanecido casi desconocidas para la mayoría de los marxistas [...] Ese destino ensombreció la posibilidad de enjuiciar uno de los movimientos teóricos más interesantes que se produjeron en una etapa crucial del movimiento revolucionario de este siglo [...] También afectó a los autores: uno [Korsch] abandonó el movimiento revolucionario, y el otro [Lukács] claudicó en sucesivas autocríticas que no ayudaron nada al desarrollo del sentido de los deberes del intelectual comunista en la dictadura del proletariado” (véase Pensamiento Crítico N°41, La Habana, junio de 1970, Editorial. p.7 [el subrayado me pertenece]).
Es cierto. Lukács “claudicó”. Aceptó dar marcha atrás y terminó rechazando su propia obra. Pero ¿por qué?. Esa es la cuestión. No fue por oportunismo. Podría quizás pensarse que prefirió ser un “hereje” desde dentro y no desde fuera del comunismo de aquellos años. Podría haberse ido a vivir a EEUU (como Agnes Heller y algunos otros de sus discípulos húngaros... hoy tristemente liberales y posmodernos), donde lo hubieran recibido con bombos y platillos. Él mismo reconoció años después: “Hubiera tenido repetidas veces la posibilidad de cambiar de residencia, pero siempre rechacé tal cambio de lugar” (Véase G.Lukács: “Más allá de Stalin” [1969]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Buenos Aires, Herramienta, 2003. pp.130).
Sin embargo, eligió quedarse. Primero en la URSS, sufriendo incluso la cárcel, la no publicación de algunos de sus libros y hasta la incautación de papeles manuscritos a manos de la policía (por ejemplo, una biografía que había escrito sobre el autor del Fausto y que probablemente llevaba por título Goethe y la dialéctica, de la que sólo se conservó un fragmento, publicado luego en italiano). Después en Hungría, donde también es apresado, insultado y expulsado de la Universidad. Fue una elección política militante, sumamente incómoda, angustiosa y lacerante, que sacrificaba su propio interés intelectual, llegando al límite de la humillación y el autoflagelo, en función de algo que él consideraba mayor: “la reforma radical del socialismo”, según sus propias palabras.
Haciendo un balance maduro de aquella decisión, en “Más allá de Stalin” Lukács caracteriza su militancia intelectual como “una lucha en dos frentes: contra el americanismo y el stalinismo”.
Pero la comprensión crítica de este último no fue rápida ni espontánea. Él reconoce sin medias tintas ni eufemismos que en un comienzo: “En las disputas partidarias inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, me encontré del lado de Stalin en algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera presentado con esta posición en forma pública. El problema principal consistía en el «socialismo en un solo país». Concretamente, cedió la ola revolucionaria que se había desatado en 1917”. (véase G.Lukács: “Más allá de Stalin”.Obra Citada. pp.125). Más adelante, en el mismo balance retrospectivo donde recorre diversos encontronazos suyos con la cultura oficial del stalinismo, el pensador húngaro afirma con notable honestidad: “Ni siquiera los grandes procesos [Lukács se refiere a los denominados «juicios de Moscú», donde fue liquidada toda la vieja guardia bolchevique. Nota de N.K.] pudieron alterar hondamente esa posición. El observador actual puede designar esto como ceguera. Olvida, al hacerlo, algunos importantes factores que para mí eran decisivos, al menos en aquel tiempo. [...] Recién cuando la acción de Stalin se expandió a amplias masas con el lema «el Trotskismo debe ser extirpado, junto con todas sus raíces», se fortaleció la crítica interna, intelectual y moral. Sin embargo, esta quedó condenada al silencio frente a la esfera pública, a causa de la necesaria prioridad de la lucha contra Hitler” [el subrayado me pertenece].
Desde nuestro punto de vista, Lukács no fue un oportunista. Fue un comunista convencido que sufrió trágicamente, en carne propia, el estrangulamiento y la burocratización de la maravillosa revolución socialista de 1917 y del impulso de ofensiva que ella inyectó a la rebelión anticapitalista mundial en aquellos tiempos.
Intentando explicar y explicarse, décadas después, ya al borde la muerte, las razones de su comportamiento político durante aquellos años, afirma: “Desde mi punto de vista, aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo. Estoy profundamente convencido de esto, y viví esos tiempos con esta convicción” (Véase G.Lukács: “Entrevista: En casa con György Lukács” [1968]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Obra Citada. pp.121).
Esa toma de posición, que de algún modo cedía su radicalismo juvenil —lo más interesante y actual de toda su obra— en aras del reconocimiento de “la racionalidad de la realidad histórica”, incluso al punto de llegar al sacrificio personal cuando padeció diversos procesos de “caza de brujas”, también se proyectó en su producción teórica. Especialmente, en la interpretación y reinterpretación de su admirada dialéctica de Hegel y, en particular, en El joven Hegel, libro leído y estudiado por el Che Guevara en Bolivia, dicho sea de paso.
A pesar del clasicismo, del “realismo político” y de la mesura con que el Lukács maduro, crítico de su propia producción juvenil, abordó la teoría del marxismo (tanto en filosofía, con La ontología del ser social, como en los gruesos volúmenes de su Estética y en muchos otros de sus trabajos), durante su vejez su principal obra inspiró a muchos jóvenes de la nueva izquierda del ‘68. Entre ellos, por ejemplo en Alemania occidental (la RFA), muchos militantes, en medio de las rebeliones estudiantiles y en pleno apogeo de la izquierda extraparlamentaria radical, se pasaban de mano en mano ediciones “piratas” [ilegales o artesanales] de... Historia y conciencia de clase.
Todo lo apuntado previamente podría quizás ser materia de análisis, debate y estudio para los historiadores del socialismo. Lukács, en ese caso, quedaría encerrado en un museo, el museo de las ideas. Pero no tendría nada que decirnos hoy en día a las nuevas generaciones. No es precisamente su caso.
Cinco décadas después de que Maurice Merleau-Ponty reinstalara en el seno de la intelectualidad occidental su formidable e inigualada Historia y conciencia de clase, el interés por la obra y el pensamiento de György Lukács parece resurgir de las cenizas y volver al centro del debate.
Pensadores tan diversos como Fredric Jameson, en Estados Unidos, Michael Löwy y Nicolas Tertulian, en Francia, Itsván Mészáros, en Inglaterra, Carlos Nelson Coutinho, Leandro Konder y Ricardo Antunes, en Brasil, y muchos otros intelectuales críticos encuentran inspiración en la obra de Lukács para continuar batallando contra la globalización capitalista contemporánea y sus perversas lógicas socio-culturales. Incluso John Holloway, cuyas tesis sobre el poder resultan tan discutibles y endebles desde nuestro punto de vista, se ha inspirado en el pensamiento de Lukács en no pocos pasajes de su libro más difundido.
Volver a discutir este texto injustamente “olvidado” de Lukács constituye un enorme desafío. Se trata de retomar lo mejor que produjo en el campo del pensamiento teórico la revolución bolchevique en la pluma de uno de los principales filósofos del siglo XX. Pero el desafío no se detiene allí ya que no se trata de cualquier obra. Lo que aquí está en discusión es nada menos que Lenin, el más vilipendiado, el más insultado, el más rechazado de los políticos revolucionarios radicales del siglo XX. Pues bien. Sin hagiografías, sin panteones intocables, sin santos ni momias embalsamadas, y por supuesto a contramano de cualquier moda que nos quieran imponer, de lo que se trata es de volver a leer, estudiar colectivamente y discutir a Lenin. Nada mejor entonces que comenzar con esta sugerente y provocativa introducción de Lukács.
Diciembre de 2004
Néstor Kohan
Para José Luis Mangieri, compañero y amigo,
quien editó por primera vez en Argentina y América Latina
este libro de Lukács sobre Lenin a través de LA ROSA BLINDADA.
En agradecimiento por todo lo que nos enseñó.
György Lukács [1885-1971] es un filósofo húngaro y un militante comunista. Probablemente, junto con el italiano Antonio Gramsci, Lukács represente a uno de los principales filósofos marxistas de todo el siglo XX a nivel mundial.
La obra escrita de Lukács es enciclopédica y prácticamente inabarcable. La edición de sus Obras Completas incluye nada menos que... 24 tomos. De esa inmensa masa de trabajos e investigaciones, no pueden obviarse: El alma y las formas [1910], Historia del desarrollo del drama moderno [1911], Teoría de la novela [1920], Historia y conciencia de clase [1923], Lenin (La coherencia de su pensamiento) [1924], Goethe y su época [1946], El joven Hegel [terminado en 1938, publicado en 1948], Peripecias [1948], Thomas Mann [1948], Existencialismo o marxismo [1948], El realismo ruso en la literatura mundial [1949], Realistas alemanes del siglo XIX [1950], Balzac y el realismo francés [1952], El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler [1953], La novela histórica [1955], Problemas del realismo [1955], Franz Kafka o Thomas Mann [1957], Significación actual del realismo crítico [1958], Sociología de la literatura [selección, 1961], Estética [4 tomos, 1963], El hombre y la democracia ([escrito en 1968, publicado póstumamente) y La ontología del ser social (3 tomos, [1971-73], publicado póstumamente).
Lukács nace en Budapest en 1885 (allí fallece en 1971). En su juventud pasa varios años en Alemania donde conoce a Simmel, Bloch, Tönnies, Windelband, Rickert y Max Weber. Con este último traba estrecha amistad. De regreso en Budapest, entre 1915 y 1917 Lukács funda el grupo cultural “Círculo de los domingos” donde asisten, entre otros, Arnold Hauser y Karl Mannheim. El comienzo de la primera guerra mundial en 1914 juega un papel importante en su primera radicalización política. En esos tiempos juveniles, Lukács rechaza al capitalismo desde las posiciones de un romanticismo revolucionario (muchas veces místico, mesiánico y trágico) que concibe al mundo burgués no tanto como una sociedad de explotación sino más bien como un modo de vida inauténtico, vulgar, mediocre, ordinario y rutinario. Ese rechazo se funda muchas veces en una ética absoluta asentada en el “deber ser” kantiano, que no acepta ninguna transacción con la realidad. Por eso, en el pensamiento crítico de la primera juventud de Lukács predomina la revuelta ética anticapitalista por sobre la teoría y la estrategia revolucionaria.
En 1917 Lukács funda la “Escuela libre de las ciencias del espíritu” donde colabora el compositor Béla Bartók. Ese mismo año saluda con entusiasmo la revolución bolchevique que lo radicalizará todavía más. El 2 de diciembre de 1918 ingresa al Partido Comunista, fundado en Budapest solamente doce días antes. Cuando él ingresa al partido, éste contaba con menos de cien miembros.
A continuación comienza a militar en la izquierda del comunismo de la naciente Internacional Comunista. En ese período, Lukács es co-director de la revista Kommunismus, órgano de la Internacional Comunista para los países danubianos. Allí se publican, antes de formar parte del libro, varios ensayos de Historia y conciencia de clase. Mantiene entonces sus posiciones anticapitalistas y el énfasis culturalista en su interpretación del marxismo, pero va abandonando sus anteriores puntos de vista místicos y espiritualistas.
En 1919 participa en forma activa y militante de la insurrección consejista que proclama la República Soviética de Hungría en aquel país. Llega a ser ministro de Cultura y Educación Popular de esa revolución. Entre otras medidas, establece el Instituto de Investigación para el Fomento del Materialismo Histórico. Una de los ensayos de Historia y conciencia de clase surge de la conferencia pronunciada por Lukács en la inauguración de dicho Instituto.
Tras la derrota huye a Viena, donde vivirá desde 1919 hasta 1929. Mientras tanto, el gobierno húngaro del dictador y contralmirante Miklós Horthy lo condena a muerte. En 1921, en el III Congreso de la Internacional Comunista, Lukács conoce personalmente a Lenin quien, discutiendo precisamente con la izquierda de la Internacional, había publicado el año anterior —en julio de 1920— El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Según Michael Löwy, a partir de 1920 Lukács se distancia de la corriente izquierdista de la Internacional y adopta las posiciones de un realismo revolucionario (Véase Michael Löwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluçao política de Lukács. Sao Paulo, Ciencias Humanas, 1979. pp.193). El término de “realismo revolucionario” no significa que en esta etapa de su evolución intelectual Lukács se haya adaptado al orden establecido. Por el contrario, alude al hecho de que el filósofo, manteniendo sus posiciones radicales, supera entonces el rigorismo formal de la ética kantiana (cuya generalidad impide operar sobre la realidad) para adoptar el punto de vista de los revolucionarios bolcheviques encabezados por Lenin y Trotsky.
Entre 1919 y 1923 escribe los ensayos del Historia y conciencia de clase, su libro fundamental, máxima expresión filosófica de la revolución bolchevique y una de las grandes obras del siglo XX. En ella sintetiza el mesianismo judío revolucionario, el cuestionamiento de Weber a la burocracia, la crítica hegeliana de Kant (y del iuspositivismo de Kelsen), junto con la crítica de Marx al fetichismo de la economía política y de la sociedad mercantil capitalista.
Según un célebre pasaje de Historia y conciencia de clase, toda la concepción marxista de la historia está resumida y sintetizada en la teoría del fetichismo de la mercancía que Marx expone en El Capital.
Cuando Lukács escribe Historia y conciencia de clase, los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx (que tanto impactaron en el Che Guevara en los ‘60) todavía no habían sido publicados. Recién se publican en 1932. Cuando Lukács llega en 1930 a Moscú, participa en el desciframiento del original de Marx y comienza a trabajar en el Instituto Marx-Engels junto con David Riazanov. Pero una década antes, entre 1919 y 1923, el pensador húngaro no había leído aún esos Manuscritos de 1844. No obstante desconocerlos, en Historia y conciencia de clase Lukács ya ubica el eje de la teoría marxista en la concepción dialéctica centrada en la unidad sujeto-objeto y en las categorías de alienación, cosificación, reificación y fetichismo.
Lukács ya había utilizado anteriormente estas categorías. Por ejemplo, la primera vez que aparece el concepto de “reificación” en sus escritos es en 1909, en su Historia de la evolución del drama moderno. Pero, entre 1919 y 1923, la reificación es ubicada al interior de la lógica misma del capitalismo.
De este modo, en Historia y conciencia de clase Lukács generaliza la teoría del fetichismo desde la mercancía —“la célula básica del capitalismo”, según la expresión de Marx— a todo el orden social. Articulando en un mismo discurso filosófico la teoría de la cosificación, la crítica de las antinomias del pensamiento burgués (y de la socialdemocracia), en tanto expresión conceptual reificada, y la defensa de la posición revolucionaria del proletariado, Lukács establece una ecuación brillante. Sostiene que el pensamiento racionalista formal (allí incluye desde Kant y el positivismo, hasta Kelsen y Weber) expresa “un pensamiento burgués cosificado”. Ese pensamiento burgués que surge de la sociedad capitalista —no depende, pues, de la “bondad” o “maldad” de un empresario particular— se sustenta en un dualismo extremo entre la objetividad y la subjetividad.
Dentro de la objetividad se encontrarían las leyes de la economía y el mercado, mientras que en el plano de la subjetividad se ubicaría la lucha de clases, la conciencia revolucionaria y la ética comunista. Si el marxismo ortodoxo de Karl Kautsky entendía al marxismo como una teoría positivista de las “leyes objetivas”, el revisionismo de Edward Bernstein se limitaba a defender al socialismo sólo como una ética. Pero ambos divorcian, separan y escinden el objeto y el sujeto. La base de esa escisión es, según Lukács, el fetichismo y sus derivados: la objetivación, la racionalización formal, la dominación burocrática y la cosificación. El proletariado puede romper y hacer estallar esa cáscara fetichista que envuelve lo social porque es la única clase social que puede impugnar en su totalidad al sistema. No se limita a un reclamo fragmentario.
Aunque los ensayos de ese libro comenzaron a redactarse en 1919, fueron modificados antes de ser publicados en 1922, después de la crítica de Lenin al izquierdismo. Fue en 1922 cuando Lukács redacta el principal de todos los ensayos: “La cosificación y la conciencia del proletariado”, pieza maestra del pensamiento dialéctico y del rechazo de todas las formas de positivismo que impregnaron muchas veces al marxismo, castrando su impulso revolucionario en aras de una supuesta “cientificidad” natural.
Historia y conciencia de clase recupera para el corazón del marxismo la dialéctica revolucionaria que la II Internacional había bochornosamente abandonado y olvidado, tanto con la ortodoxia de Kautsky como con el revisionismo de Bernstein, ambos críticos de la revolución rusa de Lenin y Trotsky.
Al año siguiente de la publicación de Historia y conciencia de clase, muere Lenin. Inmediatamente Lukács redacta este nuevo libro, más pequeño, que ahora presentamos. Lo hace en una clara continuidad con Historia y conciencia de clase. Lo titula Lenin (La coherencia de su pensamiento) y lo publica en Viena.
Su tesis central defiende la actualidad de la revolución frente a quienes la pretenden postergar para un inalcanzable, lejano y difuso día de mañana, separando la táctica de la estrategia, dejando a la crítica social sin política, aislando las reivindicaciones puntuales de todo proyecto de transformación global de la sociedad, divorciando la ciencia de la ética y escindiendo, en definitiva, el objeto del sujeto.
En el lenguaje de nuestros días, lo que aquí Lukács está poniendo en discusión es precisamente la fragmentación del rechazo del capitalismo en múltiples nichos inconexos (mientras se reclama un imposible “capitalismo con rostro humano”) y la maniobra de postergar para pasado mañana o vaya uno a saber para cuando la perspectiva socialista de “otro mundo posible”.
En estas cortas y afiebradas páginas Lukács, el más brillante, el más erudito, el más refinado de los filósofos marxistas, intenta aferrar entonces el pulso vivo e imperecedero de Lenin. Desde ese ángulo sintetiza al dirigente bolchevique de la siguiente manera: “un pensamiento enteramente vertido a la praxis”. De manera sumamente similar al intento de Gramsci presente en los Cuadernos de la cárcel, Lukács ubica en Lenin (La coherencia de su pensamiento) al revolucionario ruso como un pensador de la filosofía de la praxis.
En un balance maduro sobre aquel ensayo juvenil de 1924, Lukács vuelve sobre sus pisadas y se interroga nuevamente sobre Lenin. Así dice, en enero de 1967, que: “Durante toda su vida Lenin no dejó, pues, de estudiar, siempre y en cualquier lugar, fuera la lógica de Hegel o el juicio de un obrero sobre el pan. El estudio permanente, el dejarse instruir siempre de nuevo por la realidad, es un rasgo esencial de la absoluta prioridad de la praxis en la línea leninista de conducta. Ya esto, pero sobre todo su manera de estudiar, abren un abismo insondable entre él y todos los empiristas y «políticos realistas»”. Esa actitud que Lukács encuentra y subraya en Lenin —tan alejada de las modas, de las frivolidades del mercado (de las ideas), del “último grito” promocionado por los monopolios editoriales y sus industrias culturales— es la que nos está haciendo falta en nuestros días. Hoy se vive, se palpa, se respira y se siente una sed de teoría, de teoría política viva, no de paper académico ni de best seller mercantil. Por eso vale la pena releer estás páginas de Lukács ante Lenin.
El universo teórico-político en el que se inscriben las tesis del ensayo sobre Lenin gira en torno a los mismos problemas de Historia y conciencia de clase y a los mismos puntos de vista radicales, aun cuando el volumen sobre Lenin tiene un talante político más inmediato y directo. Según Michael Löwy: “En estas condiciones, nos parece que Lenin de Lukács es, en último análisis, la continuación de Historia y conciencia de clase, estando las dos obras fundadas sobre las mismas premisas teóricas fundamentales” (Véase Michael Löwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A evoluçao política de Lukács. Obra citada. pp. 212 [la traducción de esta cita me pertenece]).
Retomar entonces la herencia radical de Lenin constituye, según la conclusión con la que Lukács cierra este libro, “la tarea más noble para todo aquel que verdaderamente asuma el método dialéctico como arma de la lucha de clases”. Creemos no exagerar al caracterizar esa conclusión como pertinente, útil y sumamente productiva para el mundo teórico y político contemporáneo. Por eso lo publicamos cuando se cumplen 80 años de la muerte de Lenin. No se trata de trasladar mecánicamente las conclusiones de Lenin al mundo actual, haciendo violenta abstracción de las transformaciones históricas que han ocurrido desde que él murió hasta nuestros días. Pero sí se trata de retomar sus preguntas, sus indagaciones, sus interrogantes, sus inquietudes y sobre todo, como subraya Lukács, su manera de estudiar la sociedad. Esa manera que ha sido abandonada o sencillamente desechada —sin mayores trámites ni beneficio de inventario— por los partidarios del posmodernismo y del posestructuralismo contemporáneo.
Cabe aclarar que, aunque su autor mantenía una admiración total por Lenin, líder indiscutido de los bolcheviques, la recepción de Historia y conciencia de clase no fue de ningún modo bienvenida en la URSS. Cuando recién vio la luz, esta obra fue “condenada” inmediatamente por la ortodoxia cientificista de un marxismo que se parecía demasiado al positivismo.
Este rechazo provino tanto de la Segunda Internacional —y su principal teórico: Karl Kautsky— como en la voz oficial de la Tercera Internacional —cuya presidencia estaba por entonces a cargo de Zinoviev—. Ambos condenaron, casi al mismo tiempo, Historia y conciencia de clase en 1924. Lo mismo hizo Nicolás Bujarin. A su vez, el diario oficial soviético Pravda aprovechó la ocasión y condenó de un solo plumazo a Lukács, Korsch, Fogarasi y Revai (esta condena se publicó en el Pravda el 25 de julio de 1924).
Mientras tanto, el filósofo soviético Abraham Deborin (antiguo menchevique y discípulo de Plejanov), rechazando Historia y conciencia de clase, escribió un artículo cuyo título lo dice todo: “Lukács y su crítica del marxismo”. Lo publicó en 1924 en la revista soviética Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo]. Allí defendía la tesis plejanoviana de que el marxismo desciende del materialismo naturalista, sumamente criticado por Lukács. A estas impugnaciones se sumó también la de un joven intelectual comunista húngaro llamado László Rudas, defensor de la dialéctica de la naturaleza y de una concepción objetivista extrema del marxismo.
Resulta por demás sugestivo observar que en muchas de las impugnaciones, rechazos y airadas condenas que la ortodoxia realizó contra Lukács en este período encontramos exactamente los mismos motivos ideológicos y los mismos lugares comunes que esa misma ortodoxia utilizó en América Latina para enfrentar y condenar al marxismo revolucionario del Che Guevara y de sus partidarios. En ambos casos se los acusa de “subjetivismo”, “romanticismo”, “voluntarismo” y, por supuesto, de “no respetar las condiciones objetivas ni las leyes científicas”... Aunque las circunstancias históricas eran distintas (revolución rusa en la década del ‘20, revolución cubana en los ’60) las condenas y los exorcismos de ambas herejías eran prácticamente las mismas. Parecían calcadas unas sobre otras.
Durante muchísimos décadas se pensó que Lukács había aceptado mansamente esas impugnaciones ya que, al poco tiempo, en 1926, el gran filósofo húngaro acerca sus posiciones a los puntos de vista que por entonces, burocratización mediante, tras la muerte de Lenin, se van convirtiendo en oficiales en el Partido Comunista de la Unión Soviética.
Pero recientemente, hace menos de una década, se ha descubierto que el pensador húngaro sí respondió los ataques ortodoxos. En 1925, después de publicar su Lenin, Lukács redactó Chvostismus und Dialektic. En Francia se lo tradujo en el año 2001 con el título: Dialectique et spontanéité. Em défense de Histoire et conscience de classe [Dialéctica y espontaneidad. En defensa de «Historia y conciencia de clase»]. París, Les Éditions de la Pasión, 2001. Prefacio de Nicolás Tertulian.
Michael Löwy ha cuestionado la fidelidad de esa traducción francesa del título original (Véase Michael Löwy: “Un marxismo de la subjetividad revolucionaria. Dialéctica y espontaneidad de Lukács”. Mimeo).
Este manuscrito se descubrió en los antiguos archivos del Instituto Lenin de Moscú y fue publicado por primera vez en Budapest en 1996 (todavía no ha sido traducido al castellano).
Fiel a su convencimiento militante de que la disputa había que darla al interior del comunismo, ese ensayo de anti-crítica no lo envió a Occidente, donde lo hubieran acogido con los brazos abiertos (no por simpatía, obviamente, sino para utilizarlo contra el comunismo de la URSS). Lo presentó a dos revistas soviéticas. Westnik der kommunistischen Akademie se llamaba una, y Pod Znamenen Marxisma [Bajo la bandera del marxismo], la otra. En esta última había sido publicada la crítica contra Lukács de Deborin. La respuesta de Lukács, obviamente, nunca se publicó... Lenin había muerto y los debates al interior de la URSS comenzaron a resolverse administrativa y burocráticamente. Lo interesante es que si bien Lukács responde a las críticas soviéticas contra su principal libro, nunca se toma el trabajo de responderle a la socialdemocracia.
En el mismo año —durante 1925— en que elabora esta defensa de Historia y conciencia de clase, Lukács escribe una crítica concisa y pequeña, pero demoledora, del volumen Teoría del materialismo histórico. Ensayo popular de sociología marxista [1921] de Nicolas Bujarin. En ese momento, Bujarin era otra de las voces cantantes de la ortodoxia soviética. No casualmente será este mismo Bujarin quien, presidiendo en 1928 el VI Congreso de la Internacional Comunista, declarará al materialismo dialéctico (DIAMAT) “filosofía oficial” de la Internacional. Lukács escribe entonces el ensayo “Tecnología y relaciones sociales” donde demuestra, analizando la caída del Imperio romano, que las tesis ortodoxas no sólo son teóricamente erróneas sino que además son inútiles para explicar la historia. Allí acusa a Bujarin de caer en “un materialismo burgués” y en un “burdo naturalismo”. Como se sabe, Antonio Gramsci llegará a las mismas conclusiones que Lukács (sin haber leído su crítica) cuando arremete contra Bujarin en sus Cuadernos de la cárcel.
Pero en 1926 la ola revolucionaria expansiva, nacida en 1917, había comenzado a decaer. Descendía el impulso revolucionario tras muchas derrotas proletarias (Alemania, Italia, Hungría). Ese año Lukács escribe un ensayo que marca su viraje político: “Moses Hess y los problemas de la dialéctica idealista”. Dejando atrás el radicalismo político de Historia y conciencia de clase y de su Lenin, allí celebra la “reconciliación” hegeliana con la realidad como señal de realismo... Es el paso filosófico para aceptar una reconciliación de él mismo con esa Unión Soviética que comenzaba a burocratizarse de la mano de Stalin, con el telón de fondo de un fuego revolucionario que se iba lenta y trágicamente apagando.
En 1928, Lukács redacta las tesis del II Congreso del PC húngaro a realizarse en 1929, conocidas como “Tesis de Blum” (Lukács firma con seudónimo porque estaba en la clandestinidad). En ellas se opone al sectarismo extremo que primaba en el denominado “Tercer Período” de la Internacional Comunista (cuyo lema era “clase contra clase”, identificando como enemigo principal —justo cuando en Alemania los nazis avanzaban hacia el poder— a la izquierda de la socialdemocracia). En 1929 Lukács pasa tres meses en Hungría (dirigiendo en forma clandestina el trabajo partidario).
Sus “Tesis” son derrotadas y se lo amenaza con la expulsión del partido. El ejecutivo de la Internacional Comunista —ya completamente stalinizada— envía una “Carta abierta” al PC húngaro donde reclama “concentrar el fuego contra las tesis antileninistas del camarada Lukács”. Lukács es obligado a publicar una declaración autocrítica... Él acepta. A partir de esa aceptación, abandona la política directa para refugiarse durante casi treinta años en el mundo de la cultura y la filosofía.
A pesar de esa marcha atrás y de ese acercamiento al stalinismo —y su aceptación de la doctrina del “socialismo en un solo país”—, Lukács mantiene una tensión conflictiva con esta corriente. Ese cortocircuito atraviesa y recorre la mayor parte de su vida intelectual madura. Tal es así que, aunque Lukács vive exiliado en la Unión Soviética durante el nazismo (los alemanes asesinan en 1944 a su hermano mayor János), los jerarcas oficiales soviéticos lo hostigan en reiteradas ocasiones. Y eso que él ya había aceptado la “división de tareas” que por esa época el stalinismo imponía en todo el mundo a los intelectuales miembros de los partidos comunistas (ellos se ocupaban de la cultura, pero... la política práctica la manejaban los cuadros de Stalin).
En la URSS, entre sus adversarios se encontraba, por ejemplo, Alexander Alexandrovich Fadeyev [1901-1956]. Pope de la doctrina oficial soviética en asuntos de literatura e impulsor de la revista oficial Gaceta Literaria de Moscú, donde se atacaba públicamente a Lukács. Junto a él, otro de sus adversarios era Yermilov. Ambos defensores de la línea del Proletcult.
Pero el recelo de los intelectuales stalinistas oficiales hacia este antiguo izquierdista, no queda reducido allí. Se lo obliga a formular varias “autocríticas” (la primera es la ya mencionada de 1929. Habrá otras...) y se lo encarcela en dos oportunidades.
Cuando llega a Moscú, Lukács trabaja entre 1929 y 1931 en el ya mencionado Instituto Marx-Engels-Lenin dirigido por Riazanov. Allí no sólo puede consultar los Manuscritos económico filosóficos de 1844 sino que también toma conocimiento de los Cuadernos filosóficos de Lenin, publicados después de la muerte del dirigente bolchevique, entre 1929 y 1930, cinco años después de que Lukács redactara su Lenin. La lectura de los apuntes manuscritos de Lenin sobre la Ciencia de la Lógica contribuirá al cambio de perspectiva de Lukács sobre Hegel que se expresará en El joven Hegel.
Luego de un breve período en Alemania —que se extiende desde 1931 a 1933— Lukács regresa a Moscú. Allí forma parte del consejo de la revista Literaturny Kritik [Crítica Literaria] junto a su gran amigo Mijail Lifshitz, autor del excelente estudio La filosofía del arte en Karl Marx.
Aunque la publicación de Lukács y Lifshitz contaba inicialmente con la “protección” del filósofo oficial Pavel Iudin, en 1940 es cerrada. En ese tiempo —entre 1939 y 1940— Lukács publica el ensayo titulado “Tribuna del pueblo o Burócrata”. Ese ensayo, según su brillante discípulo István Mészáros: “es la crítica más aguda y penetrante de la burocratización publicada en Rusia durante el período de Stalin” (Véase István Mészáros: El pensamiento y la obra de G.Lukács. Barcelona, Fontamara, 1981. pp. 123).
Al año siguiente, en 1941, Lukács es detenido en la URSS a partir de la denuncia de un agente húngaro. Sus interrogadores soviéticos intentan, sin éxito, extraerle una declaración según la cual habría sido desde principios de los años veinte “un agente trotskista”. Permanece prisionero poco tiempo, entre el 29 de junio de 1941 y el 26 de agosto de ese mismo año.
Según Vittorio Strada —director del Instituto Italiano de Cultura en Moscú durante los 90—, a fines de 1999 habría aparecido en la capital rusa un volumen titulado Conversaciones en la Lubjanka, donde se publican por primera vez los materiales de aquella investigación policial a la que fuera sometido Lukács en 1941 (El título original de ese volumen es Besedi na Lubjanke). Entre los “errores cometidos”, por los cuales le pregunta el interrogador de la policía soviética, Lukács habría respondido lo siguiente: “Historia y conciencia de clase contiene la síntesis filosófica de mis ideas ultraizquierdistas de ese período. La base de esta filosofía es una sobrevaloración de los factores subjetivos y la desvalorización de los factores objetivos. He sobrevalorado el papel histórico de la sociedad y desvalorizado el papel histórico de la naturaleza. He polemizado contra Engels en la cuestión de la dialéctica de la naturaleza [...] Todo esto demostraba que, en el campo de la filosofía, yo era un idealista” (véase Vittorio Strada —Corriere della Sera, Milán, 2 de febrero de 2000—, traducido y publicado en Argentina por La Nación el 27 de febrero de 2000. pp. 3. Nosotros no hemos tenido acceso a esas Conversaciones. Según Strada, se publicaron apenas 300 ejemplares en ruso. No tenemos noticias de que se hayan traducido a algún idioma occidental. Debe tomarse la información de este artículo con absoluta cautela, dado el profundo desprecio por Lukács que destilan tanto el académico italiano que dice haber tenido acceso al ejemplar, el Corriere della Sera donde publicó su nota original, como el diario conservador argentino que la tradujo. Nicolas Tertulian, en su prefacio a Dialéctica y espontaneidad editado en Francia, también hace referencia a este libro publicado en Moscú).
Entre 1944 y 1945, tras la derrota de los nazis, Lukács tiene la posibilidad de instalarse en Alemania o en Hungría. Elige su país. Ejerce allí una actividad cultural y militante frenética, hasta que vuelve a buscarse “problemas” con la burocracia. Luego de la publicación de numerosos ensayos entre 1946 y 1949, nuevamente debe soportar el fuego cruzado de los ideólogos oficiales. El primer ataque lo abre László Rudas. A ese ataque le siguen muchos otros en la prensa de Hungría. Lo acusan de “revisionismo”, de “servidor del imperialismo” y otros disparates del mismo calibre. Márton Horvath, miembro del buró político en el campo cultural, se pliega a los ataques. El conflicto se vuelve intenso y agudo cuando su viejo adversario Fadeyev publica desde la URSS un ataque virulento en el periódico Pravda. Empieza a circular la amenaza de una nueva detención policial del filósofo.
Entonces, Lukács vuelve a “autocriticarse”...
József Revai, ideólogo del PC húngaro, jefe de redacción del órgano del partido comunista Szabad Nép y ministro de cultura entre 1949 y 1953, declara que esa autocrítica era demasiado “formal” y sigue atacando a Lukács. Pero éste ve el gesto de Revai como algo positivo pues de algún modo impide la detención que se preveía a partir del momento en que los soviéticos de Pravda tomaron cartas en el asunto contra Lukács.
A los pocos años, tras la muerte de Stalin [1953], cambia la relación de fuerzas. Lukács se convierte entonces en miembro del comité central ampliado del PC húngaro y, lo que es más importante, en ministro del gobierno de Imre Nagy, abortado por la invasión soviética de ese año. Una invasión realizada en tiempos del supuestamente “abierto” Nikita Kruschev... Con los tanques soviéticos en Hungría, Lukács es capturado y deportado a Rumania junto con Nagy (a este último lo ejecutan allí en 1958).
Vuelve desde Rumania a su casa el 10 de abril de 1957. Entonces el departamento de Lukács en la Universidad es clausurado y a él se le prohíbe mantener cualquier contacto con los estudiantes. Los ataques continúan durante varios años, en Hungría, Alemania, Rusia y en otros países del Este europeo. Por ejemplo, en 1960, la editorial Aufbau Verlag de Berlín publica un largo volumen de 340 páginas titulado: Georg Lukács y el revisionismo.
¿Por qué Lukács, tantas veces víctima del stalinismo, no rompe definitivamente con esta corriente? ¿Por qué aceptó hacer esas humillantes “autocríticas”?
Las razones son múltiples y las interpretaciones posibles también. Por ejemplo, en la editorial con que la revista Pensamiento Crítico presenta por primera vez al público cubano capítulos de Marxismo y filosofía de Karl Korsch y de Historia y conciencia de clase de Lukács se plantea lo siguiente: “Alabadas y atacadas durante casi medio siglo [referencia a ambas obras], han permanecido casi desconocidas para la mayoría de los marxistas [...] Ese destino ensombreció la posibilidad de enjuiciar uno de los movimientos teóricos más interesantes que se produjeron en una etapa crucial del movimiento revolucionario de este siglo [...] También afectó a los autores: uno [Korsch] abandonó el movimiento revolucionario, y el otro [Lukács] claudicó en sucesivas autocríticas que no ayudaron nada al desarrollo del sentido de los deberes del intelectual comunista en la dictadura del proletariado” (véase Pensamiento Crítico N°41, La Habana, junio de 1970, Editorial. p.7 [el subrayado me pertenece]).
Es cierto. Lukács “claudicó”. Aceptó dar marcha atrás y terminó rechazando su propia obra. Pero ¿por qué?. Esa es la cuestión. No fue por oportunismo. Podría quizás pensarse que prefirió ser un “hereje” desde dentro y no desde fuera del comunismo de aquellos años. Podría haberse ido a vivir a EEUU (como Agnes Heller y algunos otros de sus discípulos húngaros... hoy tristemente liberales y posmodernos), donde lo hubieran recibido con bombos y platillos. Él mismo reconoció años después: “Hubiera tenido repetidas veces la posibilidad de cambiar de residencia, pero siempre rechacé tal cambio de lugar” (Véase G.Lukács: “Más allá de Stalin” [1969]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Buenos Aires, Herramienta, 2003. pp.130).
Sin embargo, eligió quedarse. Primero en la URSS, sufriendo incluso la cárcel, la no publicación de algunos de sus libros y hasta la incautación de papeles manuscritos a manos de la policía (por ejemplo, una biografía que había escrito sobre el autor del Fausto y que probablemente llevaba por título Goethe y la dialéctica, de la que sólo se conservó un fragmento, publicado luego en italiano). Después en Hungría, donde también es apresado, insultado y expulsado de la Universidad. Fue una elección política militante, sumamente incómoda, angustiosa y lacerante, que sacrificaba su propio interés intelectual, llegando al límite de la humillación y el autoflagelo, en función de algo que él consideraba mayor: “la reforma radical del socialismo”, según sus propias palabras.
Haciendo un balance maduro de aquella decisión, en “Más allá de Stalin” Lukács caracteriza su militancia intelectual como “una lucha en dos frentes: contra el americanismo y el stalinismo”.
Pero la comprensión crítica de este último no fue rápida ni espontánea. Él reconoce sin medias tintas ni eufemismos que en un comienzo: “En las disputas partidarias inmediatamente posteriores a la muerte de Lenin, me encontré del lado de Stalin en algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera presentado con esta posición en forma pública. El problema principal consistía en el «socialismo en un solo país». Concretamente, cedió la ola revolucionaria que se había desatado en 1917”. (véase G.Lukács: “Más allá de Stalin”.Obra Citada. pp.125). Más adelante, en el mismo balance retrospectivo donde recorre diversos encontronazos suyos con la cultura oficial del stalinismo, el pensador húngaro afirma con notable honestidad: “Ni siquiera los grandes procesos [Lukács se refiere a los denominados «juicios de Moscú», donde fue liquidada toda la vieja guardia bolchevique. Nota de N.K.] pudieron alterar hondamente esa posición. El observador actual puede designar esto como ceguera. Olvida, al hacerlo, algunos importantes factores que para mí eran decisivos, al menos en aquel tiempo. [...] Recién cuando la acción de Stalin se expandió a amplias masas con el lema «el Trotskismo debe ser extirpado, junto con todas sus raíces», se fortaleció la crítica interna, intelectual y moral. Sin embargo, esta quedó condenada al silencio frente a la esfera pública, a causa de la necesaria prioridad de la lucha contra Hitler” [el subrayado me pertenece].
Desde nuestro punto de vista, Lukács no fue un oportunista. Fue un comunista convencido que sufrió trágicamente, en carne propia, el estrangulamiento y la burocratización de la maravillosa revolución socialista de 1917 y del impulso de ofensiva que ella inyectó a la rebelión anticapitalista mundial en aquellos tiempos.
Intentando explicar y explicarse, décadas después, ya al borde la muerte, las razones de su comportamiento político durante aquellos años, afirma: “Desde mi punto de vista, aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo. Estoy profundamente convencido de esto, y viví esos tiempos con esta convicción” (Véase G.Lukács: “Entrevista: En casa con György Lukács” [1968]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Obra Citada. pp.121).
Esa toma de posición, que de algún modo cedía su radicalismo juvenil —lo más interesante y actual de toda su obra— en aras del reconocimiento de “la racionalidad de la realidad histórica”, incluso al punto de llegar al sacrificio personal cuando padeció diversos procesos de “caza de brujas”, también se proyectó en su producción teórica. Especialmente, en la interpretación y reinterpretación de su admirada dialéctica de Hegel y, en particular, en El joven Hegel, libro leído y estudiado por el Che Guevara en Bolivia, dicho sea de paso.
A pesar del clasicismo, del “realismo político” y de la mesura con que el Lukács maduro, crítico de su propia producción juvenil, abordó la teoría del marxismo (tanto en filosofía, con La ontología del ser social, como en los gruesos volúmenes de su Estética y en muchos otros de sus trabajos), durante su vejez su principal obra inspiró a muchos jóvenes de la nueva izquierda del ‘68. Entre ellos, por ejemplo en Alemania occidental (la RFA), muchos militantes, en medio de las rebeliones estudiantiles y en pleno apogeo de la izquierda extraparlamentaria radical, se pasaban de mano en mano ediciones “piratas” [ilegales o artesanales] de... Historia y conciencia de clase.
Todo lo apuntado previamente podría quizás ser materia de análisis, debate y estudio para los historiadores del socialismo. Lukács, en ese caso, quedaría encerrado en un museo, el museo de las ideas. Pero no tendría nada que decirnos hoy en día a las nuevas generaciones. No es precisamente su caso.
Cinco décadas después de que Maurice Merleau-Ponty reinstalara en el seno de la intelectualidad occidental su formidable e inigualada Historia y conciencia de clase, el interés por la obra y el pensamiento de György Lukács parece resurgir de las cenizas y volver al centro del debate.
Pensadores tan diversos como Fredric Jameson, en Estados Unidos, Michael Löwy y Nicolas Tertulian, en Francia, Itsván Mészáros, en Inglaterra, Carlos Nelson Coutinho, Leandro Konder y Ricardo Antunes, en Brasil, y muchos otros intelectuales críticos encuentran inspiración en la obra de Lukács para continuar batallando contra la globalización capitalista contemporánea y sus perversas lógicas socio-culturales. Incluso John Holloway, cuyas tesis sobre el poder resultan tan discutibles y endebles desde nuestro punto de vista, se ha inspirado en el pensamiento de Lukács en no pocos pasajes de su libro más difundido.
Volver a discutir este texto injustamente “olvidado” de Lukács constituye un enorme desafío. Se trata de retomar lo mejor que produjo en el campo del pensamiento teórico la revolución bolchevique en la pluma de uno de los principales filósofos del siglo XX. Pero el desafío no se detiene allí ya que no se trata de cualquier obra. Lo que aquí está en discusión es nada menos que Lenin, el más vilipendiado, el más insultado, el más rechazado de los políticos revolucionarios radicales del siglo XX. Pues bien. Sin hagiografías, sin panteones intocables, sin santos ni momias embalsamadas, y por supuesto a contramano de cualquier moda que nos quieran imponer, de lo que se trata es de volver a leer, estudiar colectivamente y discutir a Lenin. Nada mejor entonces que comenzar con esta sugerente y provocativa introducción de Lukács.
Diciembre de 2004
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