jueves, 8 de abril de 2010

EDUARDO ROVNER (Argentina)

ARGENTINA. EL DRAMATURGO COMO EMERGENTE Y PORTAVOZ


Eduardo Rovner


Algunos dramaturgos se sienten más cerca del teatro europeo que del
argentino. Esto conlleva, por una parte, a la adhesión de ese teatro
a cánones impuestos culturalmente desde la globalización sobre el
individualismo y la competencia y el discurso vacío que
desconsideran los problemas de identidad que cada vez son más
preocupantes y, por otra, a una falta de valoración de la tradición
teatral y del medio que ha hecho posible el desarrollo de ellos
mismos.
Pero, aunque algunos autores crean que ese es el camino, la huella
social siempre estará presente en el trabajo de todos.
Los dramaturgos, más allá del genio particular de cada uno, son
emergentes y portavoces de las problemáticas de su época y lugar.
Sus obras conllevan las huellas de los conflictos existentes en esos
tiempos y espacios, y también los deseos y frustraciones del hombre
frente a las situaciones y los cambios sociales vividos. Estudiarlos
aisladamente, sin tener en cuenta que son el producto de una
sociedad determinada, que hubo un medio que les posibilitó
desarrollarse, y en algunos casos trascender en el tiempo a través
de su obra es, no sólo una desconsideración de ese medio en el que
se desarrollaron, sino también una injusticia hacia todos aquellos
que formaron el caldo de cultivo en el que crecieron aquellos que se
destacaron.
Sería necesario detener nuestra atención en los testimonios
presentes en los textos dramáticos de un conjunto de autores, ya que
a través de las producciones artísticas de una cultura perteneciente
a una época y espacio determinados, podríamos realizar la
reconstrucción de un mundo de experiencias propio de un período
histórico.
Es decir, una lectura crítica de diversos textos de una misma
cultura, que tenga en cuenta, no sólo las formas de las
representaciones imaginarias que las obras presentan, sino también
los deseos y los conflictos comunes a los diferentes creadores, nos
permitiría indagar, con mayor precisión, en esos conflictos y
transformaciones sociales, y establecer una "historia no oficial",
narrada específicamente desde la dramaturgia.
Creemos que el estudio de los procesos sociales y culturales a
partir de la dramaturgia constituye un trabajo pendiente que en
general, se realizó con otras expresiones artísticas, como por
ejemplo la literatura. Indagar en el teatro y rastrear esas huellas
que las transformaciones sociales dejaron en el hombre, constituye
una visión de la historia que merece ser contada. Asimismo,
permitiría hacer justicia con muchos talentosos escritores, que
quizás no perduraron en el tiempo, pero si posibilitaron la apertura
de un camino para que otros, posteriores a ellos, trascendieran
hasta nuestros días.
Si nos introducimos en la producción dramática de algunos escritores
teniendo en cuenta la tradición teatral a la que pertenecen y el
contexto socio-político, se torna necesario tomar a algunos de ellos
como puntos de partida a la espera del surgimiento de otras voces,
quizás desconocidas para nuestra época.
En el caso de "los griegos", es inevitable partir de Sófocles,
Esquilo, Eurípides, y Aristófanes; en el de los escritores del siglo
de oro español, Lope de Vega y Calderón de la Barca surgen como los
nombres más representativos, en el de los norteamericanos de la
década del cincuenta, Eugene O'Neill, Arthur Miller y Tennessee
Williams; y en el de los ingleses de la época isabelina, William
Shakespeare, Christopher Marlowe y Ben Jonson.
Todos estos autores mencionados despiertan gran interés, pero el
caso de los dramaturgos de la época isabelina se nos presenta como
particularmente atractivo. Comúnmente, manifestamos nuestro gusto
por el teatro de la época isabelina, pero pocas veces podríamos ir
más allá de la presencia de William Shakespeare. Esta presencia
fuertemente dominante, nos impulsa a saber que había atrás de la
genialidad de este escritor: qué otros escritores habrían existido
en ese mismo momento y quizás no perdurado o trascendido y conocer
cómo era el mundo teatral que había posibilitado la aparición de ese
genio.
En diversos estudios realizados sobre el teatro isabelino es
inevitable la remisión a William Shakespeare, quien se establece
como la presencia más notable y dominante de dicho período. La obra
de este autor se constituye, para los estudios e investigaciones
históricas, como sinónimo del teatro isabelino, opacando la
existencia de otros autores. Pero indagando en páginas web dedicadas
específicamente al tema (de origen inglés) y en publicaciones que
datan de comienzos del siglo XIX presentes en bibliotecas porteñas,
nos encontramos con una gran cantidad de autores prácticamente
desconocidos para nuestros días. Junto a los nombres de Christopher
Marlowe y Ben Jonson, autores más cercanos a nosotros, que pudieron
trascender a pesar de la canonización de la obra shakesperiana,
aparecen otros como: John Lily (1544-1606), George Peeele (1558-1596
aprox.), Robert Greene (1558-1592 aprox.), Thomas Lodge (1557-1625),
Thomas Kyd (1558-1594) y Edwards (1571).
Es interesante saber que, con respecto al medio teatral, durante el
siglo XVI, el teatro se había convertido en Inglaterra en una de las
mayores atracciones, causa que posibilitó el surgimiento de esta
gran cantidad de autores dramáticos, que escribían tanto para los
teatros públicos como para los privados. Por estos años se
constituye un grupo de formación intelectual, denominado University
Wits (ingenios universitarios), que estaba integrado por John Lily,
Thomas Lodge, George Peele, Robert Greene, Thomas Nashe, Thomas Kyd
y Christopher Marlowe, que se dedicaron exclusivamente a escribir
teatro, y crean de este modo, la profesión de dramaturgo, que
resultaba sumamente redituable económicamente.
Eran buenos conocedores de la cultura clásica, y según Ilse Brugger
en "Breve Historia del Teatro inglés", "lograron llevar a cabo la
reconciliación entre las tendencias divergentes": la clásica y la
romántica". Previamente al período isabelino, el repertorio
representado en la Corte, los colegios y las universidades, difería
del que se realizaba en los teatros públicos y en los patios de las
posadas. Con la llegada de la literatura isabelina y específicamente
con la presencia de este grupo de escritores esta dicotomía comenzó
a diluirse: éstos fueron quienes "prepararon y hasta cierto punto
lograron llevar a cabo la reconciliación entre las tendencias
divergentes." Según esta autora, "los conceptos renacentistas y los
estudios humanistas (que alcanzaron un fuerte desarrollo en Oxford,
Cambridge y Londres) motivaron el surgimiento de una nueva forma
dramática, ya que reanudaron los hilos, durante largos siglos
descuidados, que debían vincular el teatro moderno con el de la
Antigüedad clásica."
Un ejemplo de esto lo constituye la obra dramática del Lily, cuya
contribución más importante reside en "hallar un nuevo lenguaje en
prosa para la comedia, que tendía a expresarse con vulgaridad y
rudeza, de forma que aproxima al público culto y aristocrático un
género que hasta ahora sólo se había orientado a audiencias
populares."
Los estudios realizados por distintos investigadores señalan, en
general, que estos autores, con su conocimiento de la cultura
clásica, contribuyeron al perfeccionamiento de las formas teatrales
y al allanamiento del camino para la aparición de William
Shakespeare. La producción teatral isabelina se constituye como un
fenómeno complejo, de intenso y rápido desarrollo, cuyo "broche de
oro" es el teatro shakespeariano.
En lo que respecta al contexto socio-histórico correspondiente a
este período, nos encontramos con un siglo XV colmado de hondas
perturbaciones políticas, centradas específicamente en conflictos
externos como la Guerra de los Cien años, e internos como las luchas
sangrientas entre las Dos Rosas: la blanca de la casa de York y la
colorada de la casa de Lancaster.
Además, este siglo tuvo otro hecho significativo basado en la
transformación de Inglaterra de pequeña potencia insular a una
nación con aspiraciones universales.
Todo este panorama socio-histórico al que debemos sumarle la nueva
visión aportada por el Romanticismo y el Humanismo, y la tendencia
hacia el individualismo que "se hizo sentir en el campo religioso
con la Reforma", tuvo su reflejo en la serie estética. Los sucesos
históricos y políticos acontecidos durante el siglo XV tuvieron su
repercusión en la producción dramática y literaria pertenecientes a
la centuria siguiente.
Una de las huellas halladas en los textos como consecuencia de los
cambios vividos es la intención del hombre a descubrirse a sí mismo,
explorando "sus propias riquezas y posibilidades anímicas,
conviniéndose al mismo tiempo en explorador del mundo circundante y
en defensor de su propia individualidad" (Brugger)
Estas consideraciones constituyen un breve panorama que nos permite
observar que los dramaturgos, más allá del genio particular de cada
uno, son emergentes y portavoces de las problemáticas de su época y
lugar, y detrás de cada uno de ellos, están presentes otras voces
que abrieron caminos para el desarrollo y trascendencia de éstos.

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