miércoles, 27 de mayo de 2009

BRAHMS, EL ELEGIDO

LA TERCERA B ALEMANA

Brahms, el elegido
Por: Augusto Ferrero Jurista

Bach y Beethoven fueron alemanes, pero su música es universal. Mozart también perteneció al mundo germano, pero su nacionalidad austríaca y su dominio del italiano hasta cierto punto latinizaron su obra. Wagner y Brahms, grandes antagonistas, representan claramente el mundo sajón y más propiamente el germano. Como expresión exclusiva de este pueblo, todos ellos tienen un busto en la Valhala, el templo construido por Ludwig I de Bavaria para preservar la memoria de los más altos exponentes de dicha cultura.

Johannes Brahms nació en 1833 en Hamburgo, en una casa multifamiliar que desapareció un siglo después en la Segunda Guerra Mundial. En el lugar existe hoy una columna cuadrada con un medallón, que representa la figura del artista en la parte superior y una réplica de la placa fijada en 1906 en la casa en la que nació. Fue bautizado en la iglesia de St. Michaelis, donde una inscripción también recuerda el hecho. Su padre era músico y tocaba como tal en las cervecerías al aire libre. Su madre era 17 años mayor que su padre. La elevada diferencia de edad causó la inevitable separación que Brahms trató de evitar, que su progenitor iniciara una nueva relación en la madurez y que contrajera nuevo matrimonio después de que la madre falleciera. Fue en esa época que el gran músico compuso su magistral “Réquiem alemán”.

Brahms comenzó a tocar piano en público a los 10 años, alternando con el violín, el violonchelo y la trompeta, y se desarrolló artísticamente en el norte de Alemania hasta los 39 años, cuando se mudó a Viena. Esta ciudad cambiaría su vida. Vivió en un tercer piso en Karlsgasse 4, al lado de la Karlskirche, en un inmueble que ya no existe. Una placa recordatoria en el edificio que lo reemplaza da fe de este hecho. En ese lugar vivió los últimos 25 años hasta su muerte, en 1897. Fue enterrado en el cementerio central al lado de Beethoven y Schubert, que habían sido trasladados allí nueve años antes. Su memoria se guarda en la casa donde vivió y murió Haydn, hoy un museo consagrado a este y con una habitación dedicada a Brahms. En ella aparece la fotografía de una acuarela de su gabinete de trabajo, en el que destaca el busto de Beethoven, su piano de cola y una lámina completa de la “Virgen Sixtina” de Raffaello, que se encuentra en el museo de Dresden y que tiene en la parte inferior una imagen independiente de dos angelitos que inundó el mundo occidental al darse a conocer con la caída del comunismo. Curiosamente, la misma figura se encuentra en el dormitorio del departamento donde falleció Fedor Dostoievski en San Petersburgo.

Brahms presidió la Asociación de la Música durante tres años, cargo que dejó para dedicarse a la composición musical. Tuvo una holgada situación económica debido a los importantes honorarios percibidos y a su soltería. Ello le permitió ayudar a su madrastra tras la muerte de su padre, a pesar de la incomodidad que ella sentía. Llegó a tener en sus manos la partitura original de la “Sinfonía Nro. 40” de Mozart, que le fue obsequiada por la princesa Anna de Hesse.

Fue el ilustre director y compositor Hans von Bülow, primer marido de Cósima Liszt, quien refiriéndose a Brahms inmortalizó la frase “la tercera B alemana”, al lado de Bach y Beethoven.

Su “Primera sinfonía” fue bautizada como la “Décima”, en alusión a la sucesión de las nueve que compuso Beethoven y a una melodía de la “Novena” del genio de Bonn, que aparece en el último movimiento. Cuando alguien le advirtió la similitud, Brahms contestó —en actitud típica de él— que cualquier asno podía darse cuenta. Esta composición le produjo el mayor de sus éxitos. La Universidad de Cambridge le concedió el título de doctor honoris causa que su amigo Joachim fue a recibir. La Universidad de Breslau hizo lo propio, y en esa ocasión compuso “Obertura festival académico”. Su “Segunda sinfonía” estuvo impregnada del hermoso paisaje pastoril del sur de Austria y allí compuso también su “Concierto para violín y orquesta”, dedicado a Joachim y estrenado por él bajo la dirección de Brahms. La “Tercera sinfonía” tuvo como inspiración Viena y sus alrededores, y la “Cuarta” la zona de Estiria, entre Linz y Graz, que se interpretó en Viena con la presencia del compositor días antes de su muerte. Sus composiciones sinfónicas terminaron con el “Doble concierto para violín y violonchelo”. Esta obra y el “Concierto para violín” constituyen un extraordinario cuarteto de obras sinfónicas, que son repertorio obligado de toda gran orquesta y de los solistas.









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La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detectar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina fuera de la filosofía que se proponga la crítica de todas las mistificaciones, sea cual fuere su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrian prevalecer. Denunciar en la mistificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los verdugos. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos presagios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de si misma: una empresa de desmitificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía porque, por grandes que sean la estupidez y la bajeza, serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impida ir todo lo lejos que quisieran. Los filósofos supieron decir a los hombres lo que ocultaba su mala conciencia y su resentimiento. Supieron oponer a los poderes establecidos la imagen de un hombre libre.

Gilles Deleuze (1925-1995)

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