lunes, 29 de junio de 2009

AURORA COLINA (desde Londres)

A PROPOSITO DE BERTOLT BRECHT
AURORA COLINA *

Eduardo Navarro me ha pedido que escriba algo sobre Brecht, ambos tenemos como alma Mater a San Marcos y me da mucho gusto que nuevamente este trabajando como en los tiempos de la FENATEPO en Ayacucho.

BERTOLT BRECHT

Esto supone un compromiso muy grande para mí que no he sido formada en ninguna escuela teatral ni sé teorizar sobre temas importantes de la dramaturgia contemporánea. Para no errar me limitaré entonces a contarles mis experiencias como actriz participante de unas cuantas obras de este distinguido dramaturgo cuyo trabajo conocí a principios de los años 60 cuando solía venir a Lima una compañía de actores alemanes residentes en Chile. Se llamaba Deutsche Kammerspiele y su director era Bernard Olszewsky. El repertorio que traían era variado y uno de sus trabajos fue “La Ópera de Tres Centavos”. Anteriormente mis referencias no habían sido claras porque las recibí de un profesor alemán residente en los EEUU que dio una serie de conferencias sobre Brecht precisamente en la Facultad de Letras, que funcionaba aún en el local del Parque Universitario en el año 1960. Según el Dr. Wolfgang Lüchting, así se llamaba este profesor, Brecht era tan difícil de escenificarse, por una serie de consideraciones teóricas y técnicas, que jamás se podría presentar en lima. Nunca logramos entender sus explicaciones sobre el “efecto de distanciamiento” y demás elementos de la teoría de Brecht, que las hacía tan complicadas, y la lógica conclusión era que tal efecto y todo el método brechtiano había sido un fracaso. Sara Joffré, quien también asistía a ese seminario, se lo dijo claramente y sostuvieron grandes discusiones al respecto, pero resultaba imposible aclarar nada por la tozudez del Dr. Lüchting.

En 1962 Sara Joffré y yo viajamos a Londres con un estipendio del Consejo Británico para observar escuelas de teatro y asistir a representaciones. En el teatro Sadlers & Wells tuvimos ocasión de espectar otra vez la “Ópera de Tres Centavos”, lógicamente había diferencias entre la puesta del Kammerspiele y el montaje inglés, pero en lo esencial eran iguales.

Una vez que regresamos al Perú y tras trabajar varios años con “Homero, Teatro de Grillos” haciendo obras para niños y adultos, en marzo de 1968 estrenamos “La persona Buena de Sechuán” en una sala de apenas tres filas de butacas, de la Asociación Leonciopradina, en el paseo Colón. Alfonso La Torre (ALAT) tituló su crítica PERDERLE EL MIEDO A BRECHT porque hasta ese momento se hablaba mucho de este autor, pero apenas habían habido dos montajes anteriores al nuestro: “Terror y Miserias del III Reich” bajo la dirección de Reynaldo D`Amore y “La Ópera de Tres Centavos” dirigida por Atahualpa Del Cioppo. Los Grillos luego llevamos la obra a la sala La Cabaña, y a varias universidades. También viajamos a la Sierra central, y en todas esas funciones nos cupo la satisfacción de comprobar que no solamente llegaba al público la anécdota que veían sobre el escenario, sino su sentido, en palabras de Brecht: “aquello que tiene importancia desde el punto de vista social”. Recuerdo que uno de los personajes le preguntaba al mío:

¿Por qué viene esa mujer a tu tienda? ¿Es que tiene algún derecho sobre ella?

(MI RESPUESTA) Viene porque tiene hambre, que es mucho más que un derecho.

En una función en la Ciudad Universitaria de San Marcos, a sala repleta, teníamos a los espectadores muy cerca y escuché cuando uno de ellos repitió muy bajito: “Viene porque tiene hambre que es mucho más que un derecho” y luego lo escribió en su cuaderno.

En el año 1970, siempre con Los Grillos, montamos “La Excepción y la Regla”, que también difundimos en una serie de lugares, entre ellos el Hospital 2 de Mayo y otra vez el sentido de la obra llegó al público. Cuando el cargador le dice al guía:

“Tú puedes hacer eso porque perteneces a un sindicato, yo no tengo sindicato”, los espectadores aplaudieron. En esos momentos estaban en medio de una huelga por reclamos salariales, ellos mejor que nadie sabían de qué estaba hablando el personaje.

En 1971 Los Grillos presentamos “La Boda de los Pequeños Burgueses” y en 1972 “Poemas y canciones de Bertolt Brecht”. Estas obras y las primeras que mencioné fueron dirigidas por Sara Joffré. En todas tratamos de entender al autor, discutimos mucho en los ensayos, probamos muchas veces cosas que luego descartábamos. Siempre entendimos los conflictos de las obras como conflictos sociales, subrayamos las contradicciones de los personajes y tratamos de divertir al público tanto como nosotros mismos nos divertíamos con las escenificaciones. Estudiábamos las relaciones de los personajes entre sí, como actores tomábamos una posición respecto a nuestro personaje y a cada una de las escenas que nos tocaba representar. Seguramente cometimos errores, pero pese a ellos, logramos difundir la obra de este maestro y una prueba de ello es que ustedes se preocupen por Brecht. Ustedes existen como público y/o gente de teatro porque antes estuvimos trabajando los que ahora somos viejos.

En los 80s, hice “Los Fusiles de la Madre Carrar y “Aventuras del Buen Soldado Schweick en la II Guerra Mundial”, esta última bajo la dirección de Alberto Ísola. La primera obra salió a muchos lugares de la capital y como se había trabajado el montaje relacionándolo con la coyuntura social y política de esa década dio lugar a muchos comentarios contradictorios. Teresa, la madre, es un personaje que empieza como piadosa, enemiga acérrima de la violencia. Ha perdido al marido en la Guerra Civil Española y cuando su hermano encuentra una bandera roja se la arrebata y la rompe, pero tras los múltiples golpes que la van endureciendo, cuando le traen el cadáver de Juan, su hijo mayor, que había estado pescando ajeno al conflicto, porque ella le ha prohibido ir al frente, se desmorona y en la escena final da el salto dialéctico y entrega a su hermano y a su hijo menor los fusiles de su marido que tuvo escondidos. Teresa Carrar es en ese momento su propia contradicción: saca el pan del horno, empuña un fusil y sale con los hombres a ocupar su puesto mientras dobla la vela ensangrentada del bote, en la que trajeron el cadáver de su hijo, diciendo:

TERESA CARRAR: He roto una bandera pero me han traído otra.
HERMANO: ¿Tú también vienes?
TERESA CARRAR: Sí, por Juan.

En 1982 “Schweik” fue un montaje complejo por la cantidad de actores, los muchos recursos técnico-artesanales que hubo de inventar para hacer caber todo en un escenario que no era tal, sino lo que había sido el comedor de una casa vieja devenida en sala de teatro, el Cocolido. También estaba el problema de la música, la utilería (nieve, estepas blancas, perritos que cruzaban el escenario, puñetazos, etc.) Todo fue resuelto gracias al talento del director y el elenco más la buenísima voluntad e ingenio de muchísimos amigos: actores que oficiaron de carpinteros, tramoyistas, luminotécnicos, utileros, asesores de karate, profesores de coro, traductores de textos (consultamos el original en alemán y los textos en italiano, inglés y francés). ¡Tuvimos hasta un verdadero “SS camisa negra” como asesor sobre el nazismo que nos prestó sus condecoraciones para todas las funciones! Pero el resultado nos hizo sentir muy felices: estábamos aprendiendo a examinar y a complementar nuestros recursos artísticos y además estábamos proporcionándole al público el placer de observar el comportamiento humano y sus consecuencias, con un sentido crítico, es decir productivo.

En 1987 presentamos “La Casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, dirigida por Manuel Rodríguez Vereau y buscamos aplicar las técnicas brechtianas. Normalmente en esta obra se incide en la contradicción entre Bernarda y su hija menor, pero como queríamos hacer hincapié en la relación de clase social, tomamos como eje principal la contradicción: Bernarda-Criadas. La madre se convierte así en imagen del fascismo: la prohibición, la negación de la vida, la represión sexual que es la primera que se instaura en regímenes y sistemas despóticos, mientras que las dos criadas son la vida, el amor, la alegría, la libertad. No le añadimos ningún texto a García Lorca, muchos nos preguntaron al respecto. No fue necesario, simplemente subrayamos los parlamentos que mostraban esas situaciones. Y para eso estaba Brecht: usamos el efecto del distanciamiento en varias escenas. Por ejemplo: al ingresar el cortejo fúnebre, la criada menor estaba llorando, Bernarda la mandaba salir haciendo un aparte:

BERNARDA: (MIRANDO A LOS OJOS A UN ESPECTADOR) Los pobres son como los animales, parece como que están hechos con otras sustancias.

En una de las funciones, después de ese bocadillo inicial escuché un susurro: “! Que vieja tan mala!” Y otra vez, en Puerto Nuevo:
BERNARDA: ¿Qué dice tu novio?
ANGUSTIAS: Lo noto distraído, cuando le pregunto no me responde…
BERNARDA: No le preguntes, y cuando te cases, menos: háblale cuando te hable y míralo cuando te mire, así no tendrás disgustos.

Gran ovación tras ese aparte. Luego al preguntarles a los espectadores el por qué de ese aplauso una señora respondió: “¡Es que ésa es nuestra vida…!”

En 1989, con Manuel Rodríguez y una amiga egresada del Club de Teatro hicimos un trabajo de investigación sobre la situación en las zonas de emergencia. Leímos artículos periodísticos, informes de ONGs, de Amnistía Internacional, de instituciones ligadas a iglesias, todo lo cual nos llevó al montaje de “Sisay yawar mayu” (Florece río de sangre) cuya base fue la obra “Madres” de Daniel Quispe Torres. Improvisando, ensayando, discutiendo y casi sin querer queriendo fue surgiendo, otra vez, un montaje brechtiano. Lo llevamos a universidades, sindicatos, barriadas, escuelas y ese mismo año se presentó en el Festival de Teatro “Mujeres contra la Violencia” en la ciudad de Tübingen, luego en Toronto, Canadá y Nueva York. La crítica limeña ignoró nuestro trabajo.

En 1990 montamos “Antígona”, estudiamos el modelo de Brecht adaptándolo a la obra griega, al momento histórico: Eteocles y Polinices nacidos en el Perú, un coro representado por una vendedora ambulante y campesinas quechua-hablantes, Tiresias era un papacho de las alturas andinas, su guía, una niña vendedora de diarios y Antígona, una joven perseguida y torturada por haberse levantado contra el poder dictatorial de su tío.
Dirigió, Manuel Rodríguez y otra vez, silencio de la crítica, pero el público vino, disfrutó y así se cumplió el milagro teatral.

Para terminar, permítanme, ahora citar el texto final de Santa Juana de los Mataderos:

“Aprendí una verdad y voy a decirla ahora que estoy muriendo:
¿Para qué sirven las buenas intenciones si no se traslucen hacia fuera?
¿Y qué importa toda la sabiduría de ustedes si lo que saben no da frutos?
¿Y yo misma, qué he hecho en mi vida?
Nada, porque no hay acción que pueda considerarse buena, salvo aquella que contribuya a cambiar el mundo por completo. Y ese cambio se necesita con urgencia.
Yo soy para los explotadores como un regalo del cielo. Bondad sin consecuencias, sentimientos que no dejarán ninguna huella. No, yo no contribuí a cambiar nada. Muy breve ha sido mi paso por este mundo. Por eso al abandonarlo sin temor les digo: cuando a ustedes les toque abandonarlo recuerden que no basta haber sido bueno, es preciso también abandonar un mundo bueno.
Porque entre arriba y abajo, el abismo es más grande que entre el Himalaya y el fondo del mar. Los hombres tienen el mismo rostro y sin embargo no se reconocen.
Porque a los que están abajo los mantienen abajo para que puedan permanecer arriba los que ya están allí.
La bajeza de los que están arriba no tiene nombre, pero aunque cuando fueran mejores eso nada cambiaría porque lo que falla es el sistema. Este sistema bestial que se basa en la explotación y en el caos. Por eso a quien les diga a los de abajo que hay un dios, que aunque invisible los ayudará deben estrellarle la cabeza contra las piedras de la calle hasta que muera. Y a quienes les digan que pueden elevarse moralmente aún cuando tienen los píes hundidos en el fango, a ésos también hay que estrellarles la cabeza hasta que mueran.
Porque en un lugar en el que reina la violencia, no puede haber otro recurso que la violencia y en un lugar donde habitan los seres humanos, no puede esperarse otra ayuda sino es de los seres humanos,”.


Atentamente,

AURORA COLINA.


*En el Festival de Huamanga del 16 al 21 de Junio de 1975 Aurora Colina expresó en el debate lo siguiente:
“No, compañeros, está bien que critiquen. Subo al escenario porque soy actriz y todo el público tiene derecho a opinar, no me voy a defender ni a ofender. Pero hay una cosa de la que estoy segura: que la revolución va a llegar algún día a nuestra patria. Yo no sé nada de política pero ojala que cuando llegue ese momento “TODOS ESTEMOS EN EL LADO CORRECTO”. Aurora Colina, participó en forma destacada en el evento de Huamanga.

(Archivo del III Festival y IV Convención Nacional de Teatro Popular y Universitario 80’ Aniversario del Nacimiento de José Carlos Mariategui”)
NOTA: Agradezco a EDUARDO NAVARRO, sin su colaboración este texto no hubiera llegado a nosotros. (lp)

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